jueves, 18 de diciembre de 2008

Novelas gemelas

Yo ya no tenía esperanzas, pero el editor me llamó hace unas semanas con la noticia: "Se presenta la novela". Qué novela, pensé yo, así, sin signos de interrogación, porque no es una pregunta, es casi una exclamación pero sin serlo tampoco; es más bien una sorpresa que arranca sin mucha ilusión, la verdad, porque cuando las cosas no se hacen cuando se deben, dejan de ser ilusionantes. "Tu otra mitad", me respondió, y no sé si en ese momento creyó que me había vuelto loco o que quizás había cambiado de móvil y estaba hablando con un perfecto desconocido.

El caso es que me propuso una presentación conjunta. Malo, pensé, con la misma poca ilusión con la que empecé a pensar antes. "La idea es presentar en una primera parte la novela de Pablo Castro, Hollywood life; y en la segunda parte presentar la tuya. Y que ambos presentéis la novela del otro, al alimón o alanaranja, como queráis". Malo malo, volví a pensar.


Pero ahí no acababa la cosa. "Apunta el correo de Pablo Castro y hablas con ella". ¿Cómo que "con ella"? Esto ya no fue pensado con desilusión, sino con cierta rechufla: mi novela habla, en parte, de un chico que descubre que en realidad es una chica a la mitad de la trama, con los jaleos que conlleva eso, sobre todo con su novio, que ha tardado en aceptar su homosexualidad y, cuando lo hace, se epata al pensar que en realidad nunca fue gay, siempre estuvo enamorado de una chica, pero con el cuerpo equivocado. "Sí, es Nuria, que escribe bajo seudónimo". Malo malo malísimo, repensé, dispuesto a colgar el auricular en el transcurso de los siguientes dos segundos. Sin embargo, por esa educación que no sé de dónde aprendí, seguí al teléfono, y al final la cosa cuajó.

Cuajó de tal modo que al recibir Hollywood life en mi casa, lo empecé a leer. Y no me enganchó nada. Pero cuando llevaba leídas unas 15 o 20 páginas, sentí algo. Una vibración interior, una pulsión inesperada, como si me hubieran pinchado de repente con una aguja hipodérmica y me hubieran inyectado de golpe una buena dosis de adrenalina. Los personajes de la novela son primos hermanos, por no decir hermanos directamente, de los protagonistas de Tu otra mitad. Dicen, hacen, piensan lo que a veces dicen, hacen y piensan mis criaturas. Incluso algunas escenas me gustaron tanto que creí que las había escrito yo.

Pensé que últimamente paso demasiadas horas solo y que eso me está trastornando de manera preocupante. Así que llamé a Pablo Castro, metamorfoseado en una mujer, y le conté muy superficialmente lo que estaba sintiendo. Pero ella se desnudó totalmente y se mostró eufórica ante las similitudes de ambas novelas. Así que me desaté y yo también le dije que estaba alucinando. Hablamos, sobre todo, de las casualidades, del destino (de nuestros destinos, pero también del azar que es común a nuestros libros), y del buen ojo del editor para hacernos coincidir. Y también estuvimos de acuerdo en que no solemos leer novelas publicadas por Odisea, y que ambos seríamos desconocidos para el otro si no fuera por este agradable encuentro.

Lo demás, la presentación, el vernos en persona, la simpática presencia de Carla Antonelli en el acto, los amigos y familiares que no se perdieron el evento, pertenece al mundo social, y cualquiera que estuviera allí puede contarlo, sin duda mejor y más objetivamente que yo. Pero lo que nadie más puede contar es esa comunión casi mística que Nuria y yo sentimos al leer en libro ajeno lo que cada uno pretende narrar.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Holganza en el Parador de León



Después de una semana de ajetreo infernal, mi amor complementario y yo hicimos un viaje relámpago (y no lo digo por los rayos y truenos que nos cayeron por el camino) a León, más para descansar que para otra cosa, porque hemos visitado la ciudad antes en un par de ocasiones. Nos alojamos en el Hostal San Marcos (monasterio-hospital del siglo XVI), de la red Paradores, y lo hicimos por nuestra cara bonita porque llevábamos acumulados un saco de puntos por nuestras estancias anteriores en otros establecimientos de la red.

Yo estuve hace unos diez años, y no recordaba la magnificencia de sus salones, la comodidad y calidez de sus habitaciones, el lujo de los objetos que sirven de decoración y, sobre todo, la suntuosidad de un edificio monumental, joya del plateresco, que destaca por su fachada y su gran claustro, donde la piedra cobra una protagonismo especial.

De los detalles de nuestra estancia no daré cuenta, sólo diré que comimos en el restaurante del Parador y que nos encantó un menú especial del 80 aniversario, en el que picas un poco de cada plato. A veces en estos sitios uno echa de menos algo así, ya que no te puedes permitir el lujo de ir cada semana para probar un menú diferente.

No es que me interese especialmente contaros mi fin de semana en León, sólo quería dejar constancia de mi sorpresa y, sobre todo estupor, al darme cuenta de lo que de verdad significa tapear. En León te pides un mosto y te sirven un plato combinado (casi). Con tres mostos, has comido. Y a un euro el mosto, echad la cuenta. Nos quedamos ojipláticos al comprobar que en esas ciudades es más fácil sobrellevar la crisis, sobre todo si eres un proyecto de sibarita, como nosotros, o te gusta salir de vez en cuando.

Y como a mi amor complementario y a mí nos encanta el cuento de la lechera, ya estamos pensando en irnos para allá y montar un bar de tapas, como si fuéramos Los Serrano, pero con ademanes más comedidos...

martes, 9 de diciembre de 2008

Presentación de "Tu otra mitad"

"Él se llama Jorge. Su alma gemela, Rafa, pero cuando esta historia comienza, está a punto de descubrir que en realidad quiere ser Judith".

Aprovechando el buen tiempo y que estamos a principios de mes (y la gente ya ha cobrado, pero se ha gastado la paga de Navidad en los regalos), este jueves se presenta mi novela Tu otra mitad. Para quien desconozca de qué va, les remito a un resumen más o menos preciso:

"Él se llama Jorge. Su otra mitad, Rafa. Jorge es un rudo mecánico de taller, un hombre sencillo y humilde, que busca su lugar en el mundo. Rafa es un estudiante de, veterinaria, un chaval extremadamente bello, engreído y sumiso que pisotea a todos en su camino. Son el día y la noche, caracteres contrapuestos y personalidades enfrentadas. Sin embargo, una serie de casualidades pondrá a uno en brazos del otro. Ambos descubrirán que, por debajo de sus pieles, tan dispares, se esconde un cúmulo de sentimientos que acabará por unir irrevocablemente sus destinos. Pero, ¿quién dice que amar sea fácil? ¿Quién puede estar seguro de los sentimientos del otro?"

Quien haya leído la frase que abre este post, que aparece en la página 19 del libro, sabrá cuáles son esas dificultades con las que deben luchar. Lo demás puedes descubrirlo en la novela.

Pero me gustaría que quien no se ha leído el libro y se sienta mínimamente interesado por la historia, dedique diez minutos de su tiempo a leer el primer capítulo. Puede hacerlo pinchando aquí, y quizás le invite a leer la novela completa; o quizás le convenza de que es una completa estupidez. En cualquier caso, le ayudará a decidirse.

La cita es este jueves, 11 de diciembre, en el Lola Bar, en la calle Reina, 25 (metro Gran Vía) a las 19.30 horas. Espero la presencia de Carla Antonelli, que ha aceptado amablemente compartir mesa conmigo durante el acto. Por cierto, en la primera parte de la presentación, charlaré con el autor (escribe bajo seudónimo) de Hollywood life, publicada también por Odisea Editorial.

Presentación de Tu otra mitad
Jueves 11 de diciembre, 19,30 horas.
Lola Bar, calle Reina, 25 (metro Gran Vía).

Lee el primer capítulo de la novela pinchando aquí.

Disponible ya en:



lunes, 24 de noviembre de 2008

Sangre y descuartizamientos

Este fin de semana ha sido bastante macabro. Truculento, diría yo. El sábado, una orgía de sangre en toda regla. El domingo, tuvimos descuartizamiento. Para seguir con el tema: como diría Jack El Destripador, vayamos por partes.

Había oído muy buenas críticas del musical Sweeney Todd, que está en el teatro Español hasta principios de año. La música de Sondheim es estupenda, una de las más hermosas partituras de los últimos tiempos. El argumento, además, es divertido y mordaz. Un barbero desterrado de Londres vuelve años después para vengarse, y conoce a Mrs. Lovett, encargada de una tienda de pastelillos de carne, que le ofrece asilo y un futuro juntos. Él buscará al juez que le arrebató a su mujer y su hija con el objetivo de hacerle un afeitado "muy apurado". Ella encontrará un perfecto destino a los cadáveres que el barbero deje en el camino. La carne picada está tan cara en estos tiempos de crisis...


La película de Tim Burton resucitó el musical para los que amamos este tipo de dramaturgia. Mario Gas, director del Teatro Español, también resucitó el montaje original, de 1995, para ponerlo sobre las tablas otra vez. Mi amor complementario y yo vimos la peli hace una semana y nos pareció muy entretenida. Fuimos el sábado al teatro con la impresión de que es inevitable que haya ciertas cosas que son más espectaculares en el cine que en el escenario. No sabíamos lo equivocados que estábamos.

El presupuesto supongo que no será el de grandes musicales de la Gran Vía, pero la imaginación a veces suple la falta de medios. No obstante, la escenografía es muy funcional y precisa, los decorados son perfectos y el movimiento escénico, milimetrado. Se ha conseguido ese ambiente feísta que desagrada a la vista y que ofrece la sensación de descuido, algo que parece sencillísimo y que, sin embargo, imagino que será complejo de transmitir. Los actores/cantantes están estupendos, del primero al último, con especial atención a Vicky Peña, ese animal teatral del que estamos perdidamente enamorados desde Homebody/Kabul. Sin duda, es la mejor Mrs. Lovett que pueda imaginarse. Esa mezcla de ternura y brutalidad le va como anillo al dedo.

Y claro, tuvimos que reconocer que la peli de Burton es un entretenimiento. Pero que el montaje de Mario Gas para Sweeney Todd es simplemente ARTE. Con mayúsculas. Con un añadido: en la peli se ve sangre a borbotones. En el musical, no sólo se ve, se siente, se huele, casi puede tocarse y manchar nuestra ropa, es un personaje más, quizás el más fundamental.


Con el humor negro que nos caracteriza, mi amor complementario y yo estuvimos bromeando luego sobre la posibilidad de abrir una peluquería en el barrio, y aprovechar el tirón (nunca mejor dicho) para montar también un establecimiento de kebab. ¿Porque alguien sabe lo que es de verdad esa barra grasienta de carne? Por modernizar la idea, más que nada. Pero desistimos al darnos cuenta de que ya nadie va a afeitarse a la barbería; la culpa la tienen las cuchillas desechables, que han puesto al alcance de todos las excelencias de un rasurado perfecto.

Por cierto, Montxo Armendáriz estuvo viendo la obra delante de nosotros, y Adriana Ozores unas butacas a la derecha. Por la gorra, imagino. Pero vamos, que merece la pena gastarse 25 euros. Hay quien se gasta 60 en ver High School Musical, y os puedo asegurar que Sweeney ofrece algo más de chicha, y no sólo de la picada...


DOMINGO ¿DE RELAX?

Después de la orgía roja, aceptamos de buen grado la invitación de nuestra amiga María para ir el domingo por la tarde a ver una obra infantil al Ateneo Primero de Mayo. Hace más de 10 años ella tradujo del neerlandés el cuento Juul, ¿qué te ha pasado? (del autor Gregie de Maeyer), y un grupo de teatro decidió llevarlo a escena.


Nosotros pensamos que una obra infantil nos serviría de desintoxicación de la violencia que se vive en Sweeney. Sin embargo, antes de entrar en el auditorio, María nos descubrió la verdad: el protagonista es un niño de madera que se va mutilando partes del cuerpo empujado por la crueldad de los otros niños; al final, la ayuda de alguien solidario le salva. Es decir, un autodescuartizamiento con todas las letras, que son muchas.

La compañía Ultramarinos de Lucas ha construido un gigantesco muñeco de madera de dos metros y pico, a semejanza del que creó Koen Vanmechelen para ilustrar el libro. No es lo mismo ver cómo se desarma un muñeco de madera, pero la metáfora está clara: si uno hace caso de los demás, es posible que nunca seamos como les gustaría que fuéramos; a lo mejor la solución está en ser como somos y que los demás nos quieran o nos odien por lo que somos.


No sé si los niños entendieron el mensaje o se quedaron con la burla de ver cómo un niño se arranca las orejas o mete la lengua en el enchufe. Lo que me quedó claro es que hay un teatro infantil que no es estúpido ni ñoño, sino que aboga por la educación moral en unos valores universales. Que hace pensar al pequeño, pero también, y quizás más importante, a los padres. Y que ese teatro infantil puede venir de Guadalajara, ¡coño!


NOTA: Tiene mérito la figura del Tangram porque soy bastante impaciente en este tipo de juegos. Pero ayer me recordó tanto a ese muñeco que pierde hasta la cabeza...

jueves, 13 de noviembre de 2008

Lo que me gusta que me regalen los oídos

Para una vez que hablan de mí en los medios, aunque sea bien...

Pero bueno, esto casi no cuenta, Luis es amigo y trabaja esporádicamente para mi editorial, así que es imparcial por partida doble...


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miércoles, 5 de noviembre de 2008

La caída de los Tres Mosqueteros

Pues sí, los Tres Mosqueteros por fin se han hecho a un lado... Ésa es la verdadera noticia.




(Pasar el puntero por los personajes para conocer sus verdaderos nombres, cliquear para descubrir sus miserables finales como presidentes de naciones).

Lo siento, Coxis, no he podido evitar sentirme inspirado por tu último post...

jueves, 30 de octubre de 2008

Egoísmo

JUMBO
(747)
María-Marie: ¿es raro o es perfectamente lógico que, vistos desde arriba, los aviones -esa máquina que los hombres utilizan para ascender a los cielos- tengan la forma de una cruz?


Creo que Mantra, la mejor novela de Rodrigo Fresán, está sobrevalorada. Es buenísima si se la compara con sus otras novelas, pero no es sobresaliente, ni siquiera es sorprendente. Lo que hace él ya lo inventaron otros, que lo hicieron mejor. Se trata de describir una ciudad, el DF en este caso, a través de pinceladas de narrativa, a veces contando una historia, otras simplemente meditando sobre la realidad.

Sin embargo, tiene párrafos muy acertados, sobresalientes, en un conjunto más bien regular. El titulado JUMBO (747) me parece de los más interesantes, porque en una sola frase (en la que hay una incorrección de sintaxis por falta de concordancia, todo sea dicho de paso) consigue expresar una idea que podría haber desarrollado en 20 páginas. Pero lo deja ahí, para que el lector piense. Y eso me parece magnífico, es uno de esos recursos que a uno le gustaría saber utilizar de una manera tan limpia y efectiva.

Me ha recordado incluso las Gregerías de Ramón Gómez de la Serna, esas sentencias breves y divertidas que encierran una crítica social que pocos supieron ver en su momento.

En cualquier caso, lo difícil es que esas frases lapidarias, nunca mejor dicho, tengan una correlación con el resto del texto, que no suenen como algo escrito hace mucho tiempo y que el autor no puede evitar insertar en la novela, pareciendo un botón rojo entre cientos de otros negros. Rodrigo Fresán no lo consigue. Ramón Gómez de la Serna las escribía sueltas, como piedras preciosas que nunca encuentran la pieza global en la que engastarse.

Y eso me hace sentir bien, aunque sea un poco egoísta por mi parte.

domingo, 19 de octubre de 2008

Con dos pelotas

Dice mi profesor de Diseño Web y Multimedia que Flash, ese programa magnífico con el que pueden construirse películas completas al estilo de South Park, no tiene secretos, y que cuando uno aprende a mover una pelota alrededor de otra y el resultado es más o menos atractivo, ya puede hacer cualquier cosa que se proponga, sólo necesita tiempo.

Bien, ahí está mi pelota. Ahora me hace falta tiempo...



Nota: Esto no es lo último que he aprendido, lo último es un barco al que disparas y se hunde, o también una jugada de billar de bolas chocando y eso... En fin, tonterías variadas que uno no sabe si utilizará nunca jamás...

jueves, 11 de septiembre de 2008

Estamos en construcción...

... en construcción de mí mismo, digo. Estoy haciendo un curso y no tengo tiempo ni de respirar. Para que se queden tranquilos los que preguntan que dónde me meto.

martes, 19 de agosto de 2008

Verano de cine, cine de verano

Me sorprende que de todas las referencias que he leído en blogs amigos sobre la película Mamma mía!, ninguna (al menos que recuerde) habla del parecido físico entre Julie Walters, que interpreta a Rosie, una de las Dynamos, y Paula Sebastián, que hizo el mismo papel, pero en el musical de Madrid.

Julie Walters y Paula Sebastián. ¿Son la misma persona?


Puede ser que sea un poco obsesión mía, pero he llegado a creer que los productores de la peli vieron el musical del teatro Lope de Vega y decidieron buscar a alguien similar a Paula. Es más, hubo un momento en el que sospeché que Julie Walters es en realidad un nombre artístico para Hollywood, y que ambas actrices son la misma persona. A veces sufro alucinaciones de este tipo.

Luego ya vi que Julie Walters es una artista con solera, y que fue la inolvidable profesora de ballet de Billy Elliot, esa película que a muchos nos recordó a nuestra ambigua infancia. Me he llevado una decepción, la verdad, creía que había descubierto uno de esos secretos cinematográficos que te hacen famoso. No es que sea fan de Paula Sebastián, pero era de lo mejor del elenco, y eso que había bastante calidad. El musical está ahora en Barcelona, pero el papel de Rosie lo hace otra actriz.

Mamma mia! está bien, es un atractivo divertimento veraniego, fresquito y desenfadado. Vamos, que te lo pasas bien y piensas poco, que es de lo que se trata. A mí personalmente me sirvió más que nada para rememorar las sensaciones que viví en las tres ocasiones en las que mi amor complementario y yo fuimos a ver el musical. Como diría él, "lo nuestro ya es vicio". Antes de aquello, yo no conocía prácticamente nada del cuarteto ABBA, y mi ignorancia me hacía rechazar todo lo que olía a ellos. La obra me enseñó a apreciar lo que hasta el momento había minusvalorado por desconocimiento. Me enamoré de los suecos, vamos. Un poco tarde, pero a Muriel le pasaba un poco lo mismo, ¿no?

Por eso, cuando escuché a Meryl Streep cantar Va todo al ganador, sentí una nostalgia inmensa al recordar la misma canción en la voz de Nina, que es malísima actriz pero una muy buena intérprete de musicales. La primera vez que fuimos a verlo, lloró, y nosotros casi también con ella. Nos puso la carne de pollo antes de asar. La película nos gustó mucho, pero nos gustó mucho más el musical, somos así de teatreros.




Será también porque en el teatro acabábamos en pie, bailando y cantando al rimo de Dancing queen, y en la sala de cine nos cortamos un poco y nos contentamos con mover levemente las piernas a derecha e izquierda, siguiendo el compás de la música. Lo que sí es cierto es que parece que los actores lo pasaron de fábula grabando la película. Y se nota, sobre todo en ciertas escenas, como esta ida de olla protagonizada por Meryl Streep (Dona), muy en plan Sonrisas y lágrimas...




Y más cine...

- Desayuno en Plutón. Mi obsesión (según las malas lenguas) por la disforia de género me hizo seguir los consejos de algunos bloggers que me recomendaron esta peli. Una verdadera joyita. La historia de una gatita que nació gaturro es un alegato contra la intolerancia y, sobre todo, a favor de la libertad. La libertad de expresión, por encima de todas las cosas. Y el prota, Cillian Murphy (el de 28 días después), cuenta con una belleza perturbadora, como de elfo caído en esta tierra de hobbits. Esos ojos merecen un poema, que seguro que alguien habrá compuesto ya en otro lugar de este planeta. Aquí puede verse a la gatita caracterizada, y al gatito, en plan fiesta de lujo y glamour en Wisteria Lane. Quizás sí estoy obsesionado...

Cillian Ojos de Gato Murphy.


- Azuloscurocasinegro, que se llevó tres Goyas. Otra con un chico guapo, Quim Gutiérrez. Lo más sorprendente de esta cinta es la facilidad con la que se desarrollan escenas paralelas, en las que personajes diferentes en contextos dispares viven situaciones similares, a veces incluso complementarias. Y claro, también me llegó la forma soberbia en la que se describen los sentimientos humanos: la necesidad de cariño, que cada personaje exterioriza de manera diferente. El final me recordó un poco a El Gatopardo: "Es preciso que todo cambie para que todo siga igual", que implica algo mucho más profundo de lo que parece: las grandes transformaciones a veces sólo sirven para que la vida siga su curso, y eso es ya bastante. Por cierto, os dejo una escena genial, la mejor de la cinta...



- Un funeral de muerte, la mejor comedia británica de 2007, dirigida por Frank Oz (el de In & Out, que también marcó una época). Me sorprende que mi amigo Adrián, que es tan exigente, le haya puesto un 9 en filmaffinity. Yo no he sido tan magnánimo, pero reconozco que es muy buena, y que una situación tan truculenta como un entierro puede dar lugar a situaciones disparatadas. Yo he vivido alguna de esas escenas surrealistas en velatorios o funerales, y la verdad es que lo ridículo del momento te hace darte cuenta de lo absurda que es la muerte. Y también de lo estúpido que es darle tanta importancia. Siento decirlo, pero soy de esos a los que les da la risa tonta en el cementerio y hacen el idiota para intentar explicar algo que no tiene explicación.


jueves, 14 de agosto de 2008

El accidente

Germán coge el Metro en Ventas. Se sienta enfrente de una madre con su hija. La niña tiene unos tres años, y señala con su dedito índice derecho el labio de Germán, mientras dice, con una vocecita triste:

- Mamá, pupa.

Germán se lleva instintivamente la mano a la boca. Sólo entonces se da cuenta de que ha mordido su labio inferior hasta hacerse sangre. Saca un pañuelo de papel, se seca y sonríe con dulzura a la niña, como quitándole importancia. Al menos él cree que hay algo dulce en esa sonrisa, pero sólo lo cree porque la pequeña, en vez de devolverle el gesto, se echa a llorar.

Germán se incomoda, se avergüenza, y baja en la siguiente estación aunque no es la suya. Se camufla entre la marea de gente que abandona el suburbano. Esconde su desazón entre los trabajadores que vuelven a casa, se confunde con los jóvenes cargados con mochilas. Mira al suelo y sigue la estela invisible que marca el rebaño, en busca de la salida.

Sale a la calle Alcalá, está desorientado. Sube cien metros, se detiene, baja otros cien. Levanta la mirada. La herida del labio está seca, son ahora sus ojos los que se humedecen. Unos ojos verdes como de río revuelto. No es lo único que Germán siente revuelto. El estómago le arde y tiene ganas de vomitar.

Una frase se cruza en su camino, como una baldosa rota: "Es tarde para empezar de nuevo". Son las palabras de Samuel, y el recuerdo de su voz le hace sonreír. Ahora está seguro de que no es una sonrisa dulce.

La gente con la que se cruza es desconocida. Sin embargo, es capaz de descubrir en ella un nexo de unión consigo mismo: ese muchacho ha tenido que sufrir su misma desesperación; ese viejo seguro que lloró por alguien alguna vez; a aquel agente de movilidad urbana también se le eriza el vello cuando la persona que ama le acaricia el vientre. Todos tienen en común la capacidad de amar y, por tanto, la de sufrir por amor. Por eso, desea abrazar a cualquiera de ellos. No se sentiría mucho mejor, sólo un poco menos solo.

Le duelen las mandíbulas de apretar los dientes. En las sienes, una presión insoportable, similar a la de los días de resaca. Los dientes y las sienes de Germán tienen veintiocho años, como el resto de su cuerpo. Su amor por Samuel tiene tan sólo unos meses. Es curioso cómo algo tan nuevo hace tambalear lo que lleva años en pie.

Se siente observado, cree que todo el mundo es capaz de leer en su mirada verde turbulenta lo que le sucede, la desgraciada historia de una vida que ahora ya no tiene ningún sentido. No puede soportar el sentimiento de lástima que despierta en los demás, le asquea ser una víctima de sus propias circunstancias.

Sumergido en su tragedia, cruza la calle sin mirar. Como un suicida. Quizás lo sea, pero sólo inconscientemente. Un taxi lo golpea. Germán choca contra el capó y, cuando el vehículo frena con un ruido ensordecedor, resbala hasta el suelo y queda tendido de bruces, con la mejilla izquierda apoyada en el asfalto.

La circulación se paraliza, el cruce es un hervidero de curiosos que no se atreven a mover a Germán. Aún quedan cinco minutos para que llegue la ambulancia, y en este tiempo suceden dos hechos que el narrador debe reseñar. El primero es que en el bolsillo de Germán suena insistentemente su móvil, y si alguien se atreviera a infringir la buena práctica de los primeros auxilios y moviera al herido, descubriría que en la pantalla parpadea un nombre, y ese nombre es "Samuel". El segundo hecho que debo citar es que un niño, de la mano de su padre, al ver la sangre que brota de la boca de Germán, exclama:

- Papá, ¿qué le pasa a ese señor? ¿Se ha mordido?

Entonces, y sólo entonces, se oye a lo lejos la sirena de una ambulancia.





Nota: Continuará... o no.

jueves, 7 de agosto de 2008

Elegir entre el remedio o la enfermedad

A veces, uno no sabe si es peor el remedio que la enfermedad.

Hace cosa de ocho o diez años leí la mejor novela (y última) de Truman Capote, A sangre fría. Me dejó alucinado. Dicen que inventó un nuevo género, la novela documental, pero a mí me parece que es literatura con mayúsculas, sin mayores etiquetas. Es lo mismo que hizo Homero en su época o Cervantes en la suya: contar algo de una manera tan original que todo el mundo se quede con la boca abierta.

Narra el truculento asesinato de una familia del medio oeste de Estados Unidos a manos de dos extraños individuos que poseen unos incomprensibles vínculos de amistad, y el posterior proceso judicial que culmina en la pena capital para los culpables. Se puede palpar la obsesión del autor por los detalles y el atractivo que despierta en él el suceso.

Pero en realidad no entendí nada.

Unos meses después, encontré la versión cinematográfica de la novela, una cinta dirigida por Richard Brooks. Se rodó dos años después de que se publicara el libro, con los asesinatos todavía en la retina de los ciudadanos, así que se puede imaginar el grado de interés que suscitó la película. El blanco y negro es sugerente, y saber que se filmó en los escenarios naturales de la tragedia da un valor añadido.

Además, me sirvió para ponerles caras y gestos a los personajes, y aunque mi imaginación no se correspondía punto por punto con lo que ideó el director, sí puedo decir que las interpretaciones de la película me enseñaron cosas que no había captado leyendo la novela.

Pero en realidad no entendí nada.

Ha sido esta semana, al ver la película Truman Capote, la genial cinta de 2005 de Benett Miller, cuando he entendido todo. No me refiero al hecho de que Capote sintiera algo más que un interés de periodista sanguinario hacia los asesinos. Su atracción hacia Perry, el más intelectual de los dos homicidas, es física, casi sexual. Eso lo intuí en la novela de Capote, y me quedó más claro cuando vi la película de 1967.

No me refiero a eso. Me refiero a que no entendí nada del drama personal que tuvo que vivir Truman Capote mientras escribía A sangre fría. Su mente, compleja como la maquinaria de un reloj, debió sufrir lo indecible. Porque debió luchar entre dos sentimientos: su orgullo personal, que le impulsaba a acabar la novela cuanto antes y, por tanto, a precipitar los acontecimientos que acabaron con el ahorcamiento de los asesinos; y, por otro lado, su amor incondicional hacia uno de los dos acusados.

Truman, debatiéndose.

Es eso lo que no entendí. Y creo que es la clave de su novela. Y creo que es la clave de muchas de las novelas en las que se han convertido nuestras vidas. En realidad, se trata de elegir entre dos posibilidades, sabiendo que ninguna de ellas será la buena. Se trata de seleccionar aquello que creemos que será lo menos malo.

Nuestra mente está tirada por dos caballos, los dos en direcciones opuestas, y nosotros tenemos un instante para decidir qué caballo soltamos y a cuál le dejamos que tire de nosotros.

Truman se enfrenta a sus dos caballos: su orgullo o su amor.

A veces, es peor el remedio que la enfermedad.

A veces, uno se enfrenta a su orgullo y a su amor con idénticas fuerzas, y descubre que quizás la única salida es dejar de luchar. O justo lo contrario. A veces, uno piensa si será mejor dejar que se muera nuestro amor para terminar de una vez la novela, o seguir alimentando el sentimiento aunque desconozcamos el final.

Quizás sigo sin entender nada.


lunes, 4 de agosto de 2008

Siento que te extraño

Hay veces que uno intenta buscar las palabras adecuadas para explicar lo que le pasa. Y encuentra algo: un libro, una película, una canción, que establece punto por punto aquello que le gustaría expresar. El sábado por la noche, a eso de las cuatro y media de la madrugada, estuve buscando esas palabras. Y buscando encontré una canción de Amaral, del disco Una pequeña parte del mundo.


boomp3.com

Siento que te extraño

A los quince supe toda la verdad,
que yo nací para volar.
A los dieciocho éramos extraños,
dos pibes locos de par en par.
Luego fue la fiebre de los veinte años,
romper con todo,
me balanceaba sobre los tejados.

Nunca fui la dulce niña de tus ojos,
ni la mejor barca del mar,
nunca de nadie, dueña de todo,
de lo imposible, de lo irreal.

La melancolía es un licor bien caro,
no te has dado cuenta ya te ha emborrachado.
Se van las últimas luces y acaba la función,
se van y tú estás ausente,
se van por siempre, pero a pesar de todo sigo aquí,
siento que te extraño...

miércoles, 30 de julio de 2008

La fascinación del fuego

Siempre he sentido fascinación por el fuego, y me refiero al fuego material, no al del cuerpo, por el que no siento fascinación, sino obsesión. Esta fascinación por el fuego la comparto con los niños (como muchas otras cosas) y con el protagonista de Auto de fe, la obra cumbre de Elias Canetti, una de mis novelas de cabecera a la que dediqué ya un post (por cierto, en el enlace de Wikipedia aparece una foto de la tumba que reproduzco aquí: hermosísima lápida, con la firma del Premio Nobel horadada en la piedra como por una lengua ígnea).


Tumba de Canetti, en Zurich, ¡me la pido!

Lo de los niños es fácilmente explicable: todos sabemos que el primer contacto de un niño con el fuego se produce cuando acerca los deditos a la llama y comprueba que esa luz indescriptible que es tan atrayente y atractiva en realidad produce dolor: "Mamá, pupa", y todos se ríen, sin darse cuenta de que es uno de los primeros traumas de la infancia. Los padres suelen decir que es bueno ese aprendizaje. Es una de las primeras tomas de conciencia sobre una paradoja que se repetirá a lo largo de su vida: a veces las cosas más hermosas hacen daño.

Peter Kien, el protagonista de Auto de fe, también siente una extraña obsesión por el fuego. Pero lo suyo es enfermizo, una paranoia que le lleva al insomnio, a la locura, y finalmente a la destrucción. Está tan preocupado porque su vastísima biblioteca no se prenda fuego que todos sus actos y pensamientos van encaminados a que, finalmente, se prenda fuego. Es como el hipocondriaco que se cree enfermo y cuya actitud negativa le lleva a menguar sus defensas de tal manera que, al final, cae enfermo. Y no contaré más porque destriparía la novela, si no lo he hecho ya, que creo que sí.

Esto viene a cuento de que hace una semanas recibí una postal de mi amigo Adrián, que está en Bristol, no de vacaciones, sino investigando (yo tengo amigos que investigan, fíjate). He hecho una foto a la postal, y aquí está. Se trata del gran balneario de Weston-Super-Mare. Según sus propias palabras, es una zona "horrible", "cuando llegamos y vimos esto entendimos por qué van a España a la playa". Adrián es así de salao, no es el típico investigador serio y circunspecto que te cuenta la vida desde su prisma de científico. Es más bien mundano, por no decir barriobajero. Se crió en las mismas calles que yo, así que eso lo explica todo.

Antes de ayer, viendo las noticias, me sorprendí contemplado esta misma imagen, desde el mismo ángulo: el balneario de Weston-Super-Mare, pero envuelto en llamas. Yo estaba cenando unas croquetas, y mi amor complementario dijo de repente: "¿De qué me suena a mí eso?", señalando con su tenedor la pantalla de la tele. Miré las imágenes, después giré la cabeza 45 grados y vi la postal, sostenida como por arte de magia en el aparador del mueble. Respondí: "Te suena de eso", indicando la postal que envió Adrián. Este diálogo de besugos ("De qué me suena eso", "Te suena de eso") tiene su gracia si se visualiza; si no, es una mierda.

Estuve cambiando de cadena durante una media hora, buscando más imágenes sobre el siniestro, descubriendo nuevos ángulos, disfrutando de las llamas como un niño, pero sin acercarme a ellas. Dándome cuenta de lo hermoso que es ver arder un edificio tan grande. Es bellísimo, aunque sea una desgracia. También pensé en las coincidencias. En Adrián, dos semanas antes, asegurando que la zona es horrible. Ahora, el gran balneario es un amasijo de madera, hierros y bañeras de loza, todo echado a perder.

Escribo a Adrián, un poco excitado (por la noticia, por las imágenes, no por nada más), le cuento lo que pasó durante la cena del lunes, y me responde, con su habitual humor de chico sencillo, pero analítico: "Era un lugar para vejestorios, pero bueno, también tienen derecho los jubilados a pasárselo bien, no?" Adri es un crack. En el mismo correo, me envía un tango del compositor Astor Piazzola. Adrián, además de filántropo, también es un amante de la buena música, y tiene la colección más grande que yo he visto nunca. Aunque no he visto muchas, la verdad.

Las coincidencias, que salpican mi vida y la dotan de cierta diversión (no mucha tampoco, no lo soportaría), hace que en el momento en que abro el archivo del Libertango de Piazzola, justo en ese momento, veo un vídeo en youtube con fotografías impresionantes sobre el incendio del gran balneario. El vídeo no tiene sonido, así que dejo el tango sonando de fondo, y compruebo que ambos archivos (las fotografías danzando al son de la música) son tan complementarios que parecen hechos el uno para el otro.

Quien quiera experimentar esa misma sensación, que ponga a cargar ambos archivos a la vez, verá que lo que digo es cierto. ¡Y quien no quiera, también, que me ha costado un triunfo subir un archivo de audio, coño!


boomp3.com

Por cierto, Adrián, no lo he dicho, pero es evidente que te echo de menos.

jueves, 24 de julio de 2008

Si lo eres, que se note

Dice mi amor complementario que estoy obsesionado con la disforia de género. No creo que esté obsesionado, es sólo un tema que me llama la atención. Me pregunta si estoy pensando en una transformación. No. También me apasiona la literatura eslava y no estoy preparando los papeles para nacionalizarme como ruso.

El caso es que un personaje de Tu otra mitad tiene una disforia de género. Es decir, que su sexo cerebral no se corresponde con su género fisionómico. Es una putada porque no hay más que un camino: la operación. Pero hasta llegar a ella se precisa una serie de estudios psíquicos para comprobar que la persona en cuestión está seguro de su decisión. También es una putada para los que rodean a esa persona porque no es algo fácil de comprender.

Ese personaje me trajo más de un quebradero de cabeza a efectos editoriales. El señor que pone la pasta (editor lo llaman) no estaba de acuerdo con la aparición de este elemento, y me instó a que cambiara su progresión dentro de la novela. Según sus palabras, un transexual no tiene nada que ver con un gay, son dos cosas diferentes. Y yo estoy totalmente de acuerdo, porque no puede ser lo mismo un hombre al que le gustan los hombres, que una mujer encerrada en el cuerpo de un hombre al que le gustan los hombres. Creo que es algo de cajón, y que no hay discusión posible. Pero eso no explica que haya que desterrarlo de una obra literaria, ¿no? En la novela también aparece una esteticista heterosexual con muy mala leche, que tampoco tiene nada que ver con un gay, y sin embargo no se cuestionó en ningún momento su permanencia en el argumento.

Al margen de esta batalla contractual, el hecho es que también me preguntó por qué trataba el tema, si me tocaba personalmente. Le dije que sí, que tenía ya cita para ponerme una 110 de pecho, que ya que estoy me voy a colocar unas buenas tetas, que no se diga. Creo que me pilló la ironía, aunque no estoy seguro. Digo lo mismo: hay muchas cosas por las que siento un gran interés y que no me afectan directamente. El ser humano es así, curioso por naturaleza, y cualquier intento por explicarlo es una pérdida de tiempo.

El caso es que, manteniendo viva esa obsesión que según todo el mundo tengo por la cuestión, el otro día sofocamos el calor de una tarde de canícula con el aire acondicionado a toda mecha y la película Transamérica. Para quien no sepa de qué va, es la historia de una transexual que espera con impaciencia la última operación para ser una mujer completa (en sus propias palabras, se trata de "meter el pene hacia dentro", algo muy visual que resulta algo molesto si no se hace en un quirófano). La interpreta Felicity Huffman, es decir, Lynette Scavo para los que somos fanáticos de Mujeres Desesperadas. Curiosamente, el personaje se llama Bree, como la Van De Kamp (ahora Hodge), y en algunos momentos de la peli tiene arrebatos propios de la pelirroja, la verdad. En plan perfeccionista y súper divina, quiero decir.

A escasos días de la Operación Vagina, descubre que tiene un hijo de 17 años, ya se sabe, una aventura adolescente ("lésbica", claro, según ella) que acabó con un retoño que es más guapo que un San Luis (lo interpreta Kevin Zegers, y sólo por él merece ver la peli). El jovencito es adicto a las drogas, se prostituye con viejunos y tiene un cacao mental en la cabeza bastante considerable. Lo tiene todo, el pobre. La trans no quiere saber nada de él, pero su terapeuta la empuja a enfrentarse a su pasado para encarrilar con fuerza el futuro. Total, que se conocen, ella no le dice a él que es su madre/padre, y la peli se convierte en una road movie muy interesante. No contaré más porque no quiero destripar el final, si hay alguien que no la haya visto.

A pesar de lo exagerada que está Huffman en algunas escenas, creo que es una muy buena interpretación. Es un papel muy difícil, y aunque partes con prejuicios con respecto a la actriz (eso de conocer algún otro trabajo suyo le resta verosimilitud), terminas creyéndote que es una mujer que alguna vez tuvo el cuerpo de un hombre. Sobre todo en la genial escena de la meada, que mi amor complementario y yo tuvimos que ver tres veces para dar crédito.

Me resultó muy interesante que la trans rechace su adscripción a un colectivo determinado por ser trans. Ahí sí me sentí algo identificado, porque me pasa algo similar con la visibilidad gay. Ella se siente mujer, "es una mujer", y no comulga con los movimientos de reivindicación porque ya está suficientemente comprometida con la sociedad al haberse transformado en lo que siempre fue de una manera natural y sin hacerse notar. Es decir, cree en eso de normalizar su situación a través de la naturalidad, y no a través de grandes acciones de presión. Piensa como yo en ese sentido. Eso le granjea dificultades, claro, porque no va por ahí con la etiqueta de "transexual", y cuando alguien se entera de su origen, se siente engañado. También me sentí identificado en eso.

Lo que queda claro es que uno no puede ir por el mundo dando a los demás lo que quieren de él. Quiero decir que estamos acostumbrados a ser lo que debemos ser para que no haya malos entendidos, para que todo esté claro en esta sociedad, basada en el primer vistazo. Si yo soy gay, se me tiene que notar desde el primer segundo, porque si no estoy disimulando, estoy actuando, estoy mintiendo. Si soy transexual, tengo que presentarme como "transexual". Si soy borracho, tengo que ir con una botella de alcohol en la mano. Si me gusta el sado, voy de cuero. Si soy activo, marco paquete. Si pasivo, me enfundo un culobrá. Qué aburrimiento, ¿no?

Si hay algo interesante en el ser humano es la capacidad de conocer a la gente poco a poco, sin la necesidad de presentar un currículum follae al primero que se cruza en el camino para ver si merece la pena o no. Quizás mi forma de entender las relaciones personales sea muy romántica, incluso se puede tachar de pérdida de tiempo. Y tal vez sea así.

Por cierto, yo sigo diciendo que la película merece la pena aunque sólo sea por ver a Kevin Zegers haciendo de niño mimado. Mimado y mamado, en ambos sentidos.




domingo, 20 de julio de 2008

Entre narcisos, almas gemelas, papagayos y medias naranjas

Pongámonos en antecedentes.
Encontrábame yo el otro día buceando en la blogosfera y me encontré con una página donde se hablaba sobre los 400 euros de ZP. El autor era Thiago, y por esas coincidencias de la vida, mientras yo me empapaba de su visión sobre la jugada impositiva, él leía mis últimos posts, uno de los cuales versa sobre mi novela Tu otra mitad (lo siento, pero si no pongo el enlace a El Corte Inglés, reviento; no por espíritu comercial, sino por orgullo).
Al volver a mi blog, éste que viste y calza, me sorprendí al comprobar que Thiago me había dejado un comentario, así que me sentí en la obligación de devolverle el gesto, sobre todo teniendo en cuenta que había leído el suyo a la vez. En broma, le sugerí que hiciera promoción de mi libro (al más puro estilo del malogrado Umbral) en su reducto virtual. Y él, que es un muy bien mandao, se atrevió a hacerlo, sin haberla leído, algo que en un principio pensé reprocharle porque no me parece bien.
Sin embargo, al leer su post me di cuenta de que en esta ocasión era una virtud. Porque habló de cosas que quizás no hubiera hablado si se hubiera leído el libro. Vacío de prejuicios, se embarcó en una reflexión literario-social sobre "las otras mitades". Y me gustó tanto, que se me olvidó el reproche. En la entrada del 18 de julio, hablaba de la búsqueda del complementario, de esa extraña necesidad de verse realizado en otra persona, que terminará de construirnos como lo que en realidad somos.
Thiago da en el clavo: hay gente que busca "su alma gemela", y hay gente que busca "su media naranja". Creo que lo ideal es buscar a "tu otra mitad".


1. El amor narcisista. El alma gemela.

Narciso, en el mismito momento de enamorarse de su reflejo. La pintura es de Caravaggio, y no, no tuvo un buen día.

Hay quien está tan encantado de haberse conocido que busca en el otro a alguien afín a él, pero de tal manera que casi parecen gemelos. Visten igual, tienen el mismo peinado, utilizan el mismo perfume, escuchan la misma música, leen la misma novela, comen las mismas cosas... Con una tan sorprendente conexión, es imposible llevarse mal. Lo que sucede es que saber cómo reaccionará el otro en cualquier situación, tener exactamente los mismos gustos y experimentar las mismas sensaciones aburre hasta al más narcisista, por mucho que se quiera a sí mismo. Narciso se enamoró de su reflejo en el lago. Y ya no puede dejar de mirarse en el agua, lo que le hace caer al agua y morir. El alma gemela no se enamora de la otra persona (aunque así lo crea), sino del reflejo de sí mismo en los ojos del otro. También muere por ahogo.


2. El amante contrario. La media naranja.

No es una naranja, es un papagayo, pero todo tiene su explicación.


Pues es justo lo contrario. Buscando algo que sea diferente a nosotros, con el objetivo de aprender, experimentar y descubrir cosas nuevas, nos encontramos con un elemento que no tiene nada que ver con nosotros. Es divertido saltar de una novedad a otra, asombrarse al comprobar que alguien puede ser tan diferente, que hay tantas cosas que uno no hizo, que no hará... Con una tan sorprendente desconexión, es imposible llevarse bien. Uno no está preparado para soportar a un personaje que tiene hábitos contrarios a los nuestros. Uno se enamora de lo que le es ajeno porque es exótico. Pero se enamora de esa extravagancia, no de la persona. La media naranja es un papagayo en peligro de extinción: cuando lleva en casa dos meses, ya no sabes qué hacer con él porque nunca será parte de tu entorno, siempre pertenecerá a otro lugar.


3. El amor complementario. La otra mitad.

Ésta sí es una naranja, y se encuentra a su mitad montándoselo con el plátano de la nevera. Es para explicar que la naranja y el plátano son amores complementarios.

La unión de las dos versiones anteriores ofrece mi particular visión del amor. El amor complementario. Ése que surge de la comunión en ideas fundamentales y de la desunión total en ciertos detalles, algo que mantiene vivo el interés por descubrir al otro. Uno se enamora de las coincidencias que observa en el otro, pero al mismo tiempo se siente atraido por descubrir todas las cosas que no tienen en común. Es potenciar lo que nos une y disfrutar aprendiendo de lo que no tenemos en común. Es un amor hacia uno mismo, pero proyectado en el otro. Es descubrirse, siendo consciente de que sólo podrá ser posible con la ayuda de "tu otra mitad". Es utilizar al otro para construirte, y dejar que el otro te utilice para construirse. Para entendernos, tú eres una naranja, y tienes que encontrar al plátano que te complemente: el plátano también es una fruta, pero no es exactamente tu mismo tipo de fruta. En fin, que la comparación es ridícula, pero muy ilustrativa...

Conclusión
Después de más de cinco años de "amor complementario", estoy en condiciones de asegurar que es la única forma de ser feliz. Encontrar a tu alma gemela es muy agradable; vivir la novedad del amor contrario es trepidante. Pero la felicidad sólo se encuentra con el amor complementario. Desde mi humilde realidad, esto es así. Creo que desde la perspectiva de Thiago, también, y por eso le dije que tiene una forma de entender esto muy similar a la mía.

En Tu otra mitad, dos personas que aparentemente no tienen nada en común, descubren que tienen algo fundamental que les une: el deseo de encontrarse a sí mismos. Ésa es suficiente razón para calificar esta relación de amor complementario. Porque, como he dicho, ambos se utilizan para construirse, y dejan que el otro le utilice. ¿Qué hay de malo en utilizar y ser utilizado cuando el beneficio es mutuo?

domingo, 13 de julio de 2008

Cómo romper el cordón umbilical a dentelladas

Estoy en el paro. Desde el pasado lunes, día en que una solícita y no por ello agradable funcionaria del Inem estampó su sello de caucho en mi solicitud, este hombre que escribe engrosa el porcentaje de desempleados de la Comunidad de Madrid y, por extensión, de este nuestro país. No es una situación del todo incómoda porque me presenté voluntario para que me dieran el puyazo de gracia, pero a pesar de todo uno no está preparado para la inactividad repentina que me ha caído encima, como una losa de varias toneladas de peso.

Al margen de mis crisis paranoicas sobre mi actual situación, en mi visita a la oficina del Inem fui testigo de algo que se me ocurrió llamar Síndrome del Cordón Umbilical de Tipo Laboral Post Contractual. Fueron tres o cuatro horas de espera desesperante, así que me dio tiempo a pensar en ello, hasta el punto de creer que podría escribir una tesis doctoral sobre el tema, algo que deseché al llegar a casa y comprobar que mi bañador floreado se aburría en el tendedero.

El SCUPLPC (Síndrome del Cordón Umbilical de Tipo Laboral Post Contractual) se puede definir como la dependencia más o menos acusada del trabajador con respecto a la entidad que lo emplea una vez vencido el contrato que los unía. Para entendernos, que me di cuenta de que todos, o una gran parte de los que, como yo, esperaban su turno para presentar la solicitud de la prestación por desempleo, aún estaban ligados a sus ex-empresas por un invisible cordón umbilical. Y que esperar tres o cuatro horas para conseguir un papel sellado es un juego de niños si lo comparamos con el trabajo que representa romper ese cordón umbilical.

Para muestra, un botón. Un grupo de señoras habían acudido juntas a arreglar los papeles. Se increpaban unas a las otras, incluso se insultaban por cómo actuaron mientras trabajaban en la misma empresa de limpieza. Evidentemente, estas cuatro mujeres nunca fueron más que compañeras de labor. Pero ese cordón umbilical las forzó a ir el mismo día a la misma hora a la cola del paro.

Otro ejemplo: un joven de unos veinte años, habla por teléfono con su chica, le dice que está en la cola del paro, que ahora irá a casa de sus padres porque no tiene nada que hacer. Me sonrío porque lleva puesto el mono del taller mecánico en el que trabajó hasta hace unos días. Quizás no tiene otra ropa que ponerse, o es que no puede evitar la melancolía de echar a lavar el mono de trabajo, que necesita una dosis extra de detergente. Es obra del cordón umbilical.

Otro más: un hombre trajeado, que quizás va a hacer una entrevista después de pasar por el parque temático del desempleo, habla con una señora mayor que le precede en la cola. Dice que ha estado en Siemens cuatro años. Me fijo muy mucho en su traje, que es bueno y parece tremendamente fresquito: es de marca, seguro, y le habrá costado una fortuna, pero es que en Siemens debe ganarse cosa fina. Me fijo otro poco y descubro que la carpeta en la que lleva sus papeles se adorna con un gran logotipo de una marca. ¿Adivinan cuál? Siemens. Otra vez el cordón umbilical.

Yo me sentí superior a todos ellos. Al salir por la puerta de mi ex-oficina, decidí deshacerme de todas las cosas (al menos las materiales) que me recordaran a mi empresa. No es por rencor ni por odio hacia nadie, es más bien una actitud de supervivencia: pensé que sería más fácil empezar una nueva vida si mordía con fuerza el cordón umbilical que me ató a ella y conseguía romperlo en un tiempo récord. Y creía haberlo logrado.

Sin embargo, el tratamiento del SCUPLPC no es tan fácil como parece a simple vista. Volví a casa, con mis papeles sellados y una sonrisa de satisfacción, más por creerme superior a los demás desempleados de la cola que por haber sobrevivido a una mañana de infierno burocrático. Revisé la documentación y me pregunté cuántas pesetas serían los euros que me corresponden por la prestación. Soy malo calculando, así que abrí el cajón del escritorio, saqué una eurocalculadora de la época del cambio, y allí estaba, como una señal inequívoca de que soy un enfermo del SCUPLPC tan grave como todos los demás, si no más porque a mí se me puede añadir la estupidez de creerme a salvo.

Como una puñalada a mi orgullo, como un navajazo a mi autoestima, allí estaba, la eurocalculadora que regaló mi empresa a todos los trabajadores en una Navidad de hace varios años. Con el logotipo y su nombre reluciente en blanco, sin mácula, sin otro pecado que recordarme que las cuatro dentelladas que di a mi cordón umbilical no fueron suficientes.

Las uvas de la ira: excusa para dar las gracias
Siempre he dicho que mis lecturas me construyen. Pero no sé hasta qué punto mis lecturas me eligen a mí o yo las elijo a ellas. Hace cosa de un mes terminé de leer Las uvas de la ira, de John Steinbeck, una de esas novelas que tenía en mi lista, pero que nunca encontraba el momento de comenzarlas. La seleccioné hace tanto tiempo que ni siquiera recordaba el argumento, y empecé a leerla sin saber de qué iba.

Bueno, pues va de una familia a la que despojan de sus tierras y que deben vagar por el sur de los Estados Unidos para encontrar trabajo. Es la historia de una generación que se vio empobrecida por el asedio de los propietarios, algo que sucedió en la zona de Oklahoma y Texas en el periodo de entreguerras. El valor de los miembros de esta familia ante la situación que les acosa es tal que uno se da cuenta de que todos sus problemas son nimios en comparación.

Al final de la novela, y sin destripar nada del argumento, se llega a la conclusión de que uno puede carecer de todo, que el hombre está capacitado para vivir con carencias que en otros momentos parecen vitales, pero que siempre le quedará el prójimo. Que por encima de todo, la gente que te rodea es suficiente alimento para salir adelante. Es cierto que uno necesita comer, dormir, etcétera; pero si uno está solo, aguanta menos el hambre y el sueño que si se está acompañado. Y eso es algo tan hermoso que merece tenerse en cuenta.

Por eso, porque me lo enseñó Steinbeck y porque lo estoy viendo estos últimos días, muchas gracias a todos los que, con su compañía inestimable, me hacen olvidar todas las carencias que tengo. Muchas gracias a todos los que, con sus palabras, con sus caricias, con sus abrazos y dedicación, me hacen olvidar que tengo hambre y sueño.

viernes, 4 de julio de 2008

¡Que vuelvan los gays que saben escribir!

A ver si me explico. No me refiero a ningún estudio de Demoscopia o del Instituto Opina sobre el avance del analfabetismo en el colectivo homosexual. Que yo sepa, no existe tal investigación, y si existe, por favor, exijo que se haga pública a partir del lunes de la semana que viene, que la tribu ya está suficientemente trillada estos días en los medios de comunicación como para darles más pábulo.

No es nada de eso. Es que desde que estudié a Cavafis, a Lorca y a Aleixandre tenía la idea (parece ser que equivocada) de que algunos de los mejores gays son escritores... Quiero decir, que algunos de los mejores escritores son gays. Bueno, es igual. La cosa es que, dada su especial sensibilidad, el colectivo tiene una original predisposición a materializar sentimientos con una calidad elevada.

Eso creía yo, digo. Porque en las últimas semanas me he tragado dos infumables novelas de sendos homosexuales. A mí Lorca me enternece, Cavafis me sublima y Aleixandre me transforma en polvo, mas polvo enamorado... polvo metafórico, se entiende. Pero las últimas novelas de Boris Izaguirre y Antonio Gala, tanto monta monta tanto, me han dejado más frío que la última gala del Gran Quiz (por cierto, ¿hay alguien menos glamuroso que el chaval ese sabihondo que se sienta al lado de Marta Sánchez?)


Sí, ya sé que es sacrílego, por no decir lamentable, comparar a aquellos maestros con estos neonatos. Pero no los comparo. Sólo digo que si esta es la avanzadilla del colectivo en materia literaria, apaga y vámonos. Vámonos a otra época, quiero decir, a la Grecia clásica o, si me apuras, a la Macedonia de Alejandro (Macedonia como nación, ya sé yo que él también se montaba macedonias de otro tipo). No voy a hablar de las novelas porque, sinceramente, casi ni me acuerdo de qué van, sólo sé que las terminé de leer porque soy incapaz de dejarme un libro a medias (me gusta perder el tiempo, en eso y también esperando correos que nunca llegan, aunque ése es otro tema que quizás trate en el futuro).


Se llaman El pedestal de las estatuas y Villa Diamante, y no las han escrito al alimón, sino cada uno la suya. Mira, si lo hubiera hecho así, igual les salía algo más interesante. Creo que Gala tiene un negro, o dos, o tres, de los que escriben de tapadillo y también de los otros; y su editorial le publicaría incluso un tratado sobre el betún de Judea (hablando de negros). Creo igualmente que Izaguirre se ha abandonado: sus primeras novelas, algunas de las cuales leí, eran curiosas y apuntaban maneras (y me refiero a maneras literarias), pero ahora debe estar pensando en otras cosas porque le salen bodrios cercanos a sus guiones para culebrones. Y como culebrones tenían su miga, pero como finalista del premio Planeta, oiga, no. Que ya sé yo que el Planeta es un apaño, pero este año tuve dos orgasmos con el premio de marras: uno, cuando supe que se lo llevaba Millás; y el segundo, cuando leí El mundo, porque me pareció de lo mejor que ha escrito este hombre.

Pero Millás, que yo sepa, no es gay. Lástima, debería planteárselo, más que nada para levantar un poco el nivel del colectivo literario.

NOTA: Mi objetivo es levantar polémica, porque evidentemente no leo a nadie por su identidad sexual, ni creo que se deba calificar su obra teniendo en cuenta con quién se acuesta. Es una broma un poco cruel porque estos días me pesa más que nunca ser un miembro del “colectivo”, qué manía tenemos con ponernos etiquetas, y eso que no queremos que se nos discrimine... Ah, y también es un poco de envidia porque ellos pueden escribir lo que quieran y tienen un respaldo muy cómodo. Éstas son las palabras que utiliza mi editor si le presento algo que no se ajusta a su idea: “¿No puedes escribir como un gay?”

miércoles, 11 de junio de 2008

"Tu otra mitad", mi nueva novela

Hoy escribo desde mi faceta de autor, yo, Tomás Ortiz.

Ya está a la venta mi nueva novela, titulada Tu otra mitad, publicada por Odisea Editorial. Para los que no lo sepan, ésta es la quinta incursión en el mundo editorial, aunque tengo otras obras escritas inéditas, y que creo que así permanecerán. No suelo utilizar este medio para mi autopromoción, pero los últimos acontecimientos en mi vida laboral me obligan a buscar alternativas.

Eso sí, no os la venderé de ninguna manera porque no valgo para ello. Me limito a colgar aquí la reseña que ha publicado la revista Odisea, por si os interesa echarle un vistazo.

Y ya está. Otro hijo más que se separa de mí y que comienza a vivir su vida en la imaginación de los muchos (espero) lectores de Tu otra mitad.


jueves, 6 de marzo de 2008

2666, de Roberto Bolaño y Álex Rigola: el teatro en estado puro

La parte de Fate.

No he leído 2666, la mastodóntica novela (en realidad, cinco novelas) de Roberto Bolaño, que murió en 2003. Este viernes me haré con ella sin más demora y la devoraré en los próximos días, porque considero que lo que me ofreció la adaptación teatral de Álex Rigola es una pequeña parte de todo lo que me puede aportar lo escrito por el autor chileno (pero muy mejicano en sus temas, y en su vida también). Quizás me he expresado mal: lo que ofrece el montaje del Teatre Lliure es sublime, delirante, enternecedor, arrollador, increíble y supremo. Es una de las obras que más me ha llegado al corazón. Y precisamente por eso necesito (que es diferente de "quiero") leer la novela, porque si es al menos (que lo será) un poco mejor que la obra de teatro, entonces se convertirá en una de mis obras de cabecera, y a Bolaño lo pondré al lado de mis autores predilectos.

Vi la semana pasada el montaje en Las Naves del Español, el conglomerado escénico que se ha montado en el antiguo Matadero Municipal, un originalísimo complejo cultural que todavía está poco explotado, al menos así lo creo yo. Atención: son cinco horas de espectáculo, algo que debe tenerse muy en cuenta para los espectadores inquietos. Eso sí, hay cuatro descansos de 10 o 15 minutos, lo que aligera mucho el peso del montaje y, sobre todo, permite que el público viva la experiencia como si fuera a ver cinco obras diferentes.

En realidad, no está tan lejos de ver cinco obras diferentes, porque 2666, al igual que la novela de Bolaño, está dividida en cinco partes, que pudieron ser cinco novelas:



1. LA PARTE DE LOS CRÍTICOS


Cuatro personajes que estudian la obra literaria del famoso Benno von Archimboldi se reúnen para hablar de lo que han vivido desde que descubrieron al enigmático autor. Deciden viajar a una ciudad mejicana, donde parece que ha ido el escritor. La escenografía es muy sucinta: una mesa, cuatro sillas y una pizarra, donde los personajes van apuntando los datos claves sobre Archimboldi. Es un recurso muy original, porque esas claves permanecerán en la mente del espectador hasta abandonar la sala.



2. LA PARTE DE AMALFITANO


Un profesor de filosofía que confunde la realidad y la ficción, con tintes de surrealismo (divertida aparición de Boris Yeltsin). Aquí se empieza a sugerir la violencia en una ciudad mejicana, Santa Teresa, que después se materializará. La escenografía es el patio de una casa desde donde se ve el mar. Una mesa y sillas de plástico ofrecen una imagen de mediocridad en el ambiente. La forma de actuar de Amalfitano, un pobre profesor de filosofía, contrasta con la brutalidad y la desfachatez del rector de la universidad y su hijo, que están de vuelta de todo.


3. LA PARTE DE FATE


El traumático viaje de un periodista político negro para cubrir un combate de boxeo en Santa Teresa. Sorprende al público porque la acción se desarrolla en una caja escénica que tendrá como mucho tres metros de largo, otros tres de alto y dos metros de fondo. En este claustrofóbico espacio ocurre todo, avanzan seis personajes que muestran la decadencia del país.


4. LA PARTE DE LOS CRÍMENES


La más espeluznante. El grupo de homicidios se encuentra con un cadáver en mitad de un descampado. Es la enésima víctima de un sanguinario asesino que las viola y las mata a sangre fría. El escenario se convierte en un desierto de arena con la imagen vergonzosa de una mujer ensangrentada en mitad de la acción. Pero lo peor aún no ha llegado. Cuando los policías se marchan, la mujer parece cobrar vida: lo que sucede es que se rememoran los últimos minutos de su vida: gritos, gemidos, aullidos, lamentos de desesperación y un último estertor. El público se conmueve, se inquieta, se asombra en sus butacas porque la escena es de las más incómodas que se puedan realizar. Mientras, el resto de los actores colocan pequeñas cruces por todo el escenario, recreando la imagen de un cementerio improvisado. Al fondo, desfilan los nombres de los cientos de mujeres asesinadas en Ciudad Juárez.


5. LA PARTE DE ARCHIMBOLDI


Donde se descubre la verdad sobre el siniestro personaje que es el escritor Von Archimboldi: su pasado oscuro en la Alemania nazi, sus conexiones con lo más vil de la sociedad, su primer contacto con la literatura... Su vida, que explica parte de lo que se ha contado hasta ahora. Pero quedan muchas cosas sin explicar. Ahí está lo interesante de la propuesta. El espectador sale y debe hacer los deberes para intentar comprender todo lo que ha sucedido antes sus ojos.



En los entreactos, sentí que me encontraba en un corral de comedias del siglo de oro. Lo explico: en aquellas épocas, la gente iba al teatro a pasar la tarde, y allí estaban cuatro, cinco, seis horas, y podían verse dos comedias de Lope de Vega y, en los intermedios, entremeses de autores menores. Se llevaban la comida, la merienda, la cena; comían, bebían, vomitaban, meaban, todo en el teatro; era un ocio barato y divertido. Pues lo que viví en Las Naves del Español fue similar: en los entreactos la gente comía, bebía, se sacaba sus bocadillos y sus latas de cerveza, y el resto se salía a fumar afuera. Las cinco horas no se vivieron como un martirio, sino como una oportunidad de disfrutar algo diferente. Tal vez se echaron de menos los entremeses, que hubieran aligerado la dureza del montaje. Pero por lo demás, creí que esto es lo que más se acerca actualmente a la idea del teatro total que había en el siglo de oro.


Quizás soy un blasfemo al decir algo así, pero creo que este tipo de espectáculos devuelven el brillo al teatro español. Y no sólo porque esté bien hecho, porque los actores sean todos excelentes, porque la labor de dirección haya sido ingente; sino también porque el público se siente parte de la idea, siente que se ha pensado en él al construir la obra. Mi acompañante, que es poco dado al teatro clásico, se durmió viendo el último Rey Lear, puesto en marcha por el Centro Dramático Nacional, que dura poco menos de tres horas. Y sin embargo no pegó los párpados ni un segundo viendo 2666, que supera las cinco horas. Puede ser que el tema enganche, que la historia sea más actual; pero yo creo que lo fundamental es que se ha intentado contar algo como nos gusta que nos cuenten las cosas: como si fuéramos nosotros quienes fuéramos a descubrir al asesino.

En Madrid ya no puede verse, pero creo que está de gira, y seguro que volverá en algún momento. Aprovechad la ocasión, porque es única.