
- Mamá, pupa.
Germán se lleva instintivamente la mano a la boca. Sólo entonces se da cuenta de que ha mordido su labio inferior hasta hacerse sangre. Saca un pañuelo de papel, se seca y sonríe con dulzura a la niña, como quitándole importancia. Al menos él cree que hay algo dulce en esa sonrisa, pero sólo lo cree porque la pequeña, en vez de devolverle el gesto, se echa a llorar.
Germán se incomoda, se avergüenza, y baja en la siguiente estación aunque no es la suya. Se camufla entre la marea de gente que abandona el suburbano. Esconde su desazón entre los trabajadores que vuelven a casa, se confunde con los jóvenes cargados con mochilas. Mira al suelo y sigue la estela invisible que marca el rebaño, en busca de la salida.
Sale a la calle Alcalá, está desorientado. Sube cien metros, se detiene, baja otros cien. Levanta la mirada. La herida del labio está seca, son ahora sus ojos los que se humedecen. Unos ojos verdes como de río revuelto. No es lo único que Germán siente revuelto. El estómago le arde y tiene ganas de vomitar.
Una frase se cruza en su camino, como una baldosa rota: "Es tarde para empezar de nuevo". Son las palabras de Samuel, y el recuerdo de su voz le hace sonreír. Ahora está seguro de que no es una sonrisa dulce.
La gente con la que se cruza es desconocida. Sin embargo, es capaz de descubrir en ella un nexo de unión consigo mismo: ese muchacho ha tenido que sufrir su misma desesperación; ese viejo seguro que lloró por alguien alguna vez; a aquel agente de movilidad urbana también se le eriza el vello cuando la persona que ama le acaricia el vientre. Todos tienen en común la capacidad de amar y, por tanto, la de sufrir por amor. Por eso, desea abrazar a cualquiera de ellos. No se sentiría mucho mejor, sólo un poco menos solo.

Se siente observado, cree que todo el mundo es capaz de leer en su mirada verde turbulenta lo que le sucede, la desgraciada historia de una vida que ahora ya no tiene ningún sentido. No puede soportar el sentimiento de lástima que despierta en los demás, le asquea ser una víctima de sus propias circunstancias.
Sumergido en su tragedia, cruza la calle sin mirar. Como un suicida. Quizás lo sea, pero sólo inconscientemente. Un taxi lo golpea. Germán choca contra el capó y, cuando el vehículo frena con un ruido ensordecedor, resbala hasta el suelo y queda tendido de bruces, con la mejilla izquierda apoyada en el asfalto.

- Papá, ¿qué le pasa a ese señor? ¿Se ha mordido?
Entonces, y sólo entonces, se oye a lo lejos la sirena de una ambulancia.
Nota: Continuará... o no.