lunes, 10 de diciembre de 2007

El circo ha muerto. ¡Vamos a desenterrarlo!



"El circo ha muerto. ¡Vamos a desenterrarlo!"

Éste es el peculiar recibimiento que tienen los que se atrevan a acudir al Circo de los Horrores, un espectáculo que, aunque no lo parezca, es apto para todos los públicos, pero que presenta el clásico montaje circense desde la perspectiva del terror. Un terror muy light, casi surrealista, algunas veces sobrio, y casi siempre desternillante. Porque "de los horrores" es una definición demasiado punzante, puro márketing, más bien, porque lo que derrocha este circo es humor, así que debería llamarse el Circo de los Humores, pero eso vende mucho menos.

La clave del espectáculo está en mostrar números clásicos del circo de toda la vida con una capa de decadencia y terror. Los espectadores acceden a la carpa a través de un pasillo en el que aparecen los primeros personajes siniestros (un loco con camisa de fuerza, una monja exorcista con la boca cuajada de sangre, un personaje de negro que grita: "El Enterrador!"...), que se encargan de acomodar a grandes y pequeños y dar los primeros sustos, además de amenizar la espera, algo que se agradece muchísimo. En este momento vi a los primeros niños asustados, pero les duró poco, porque los monstruos son más fachada que otra cosa, luego son muy simpáticos y entrañables.

La típica arena de circo ha sido sustituida por un tapiz que simula un cementerio gótico, con sus tumbas, su niebla artificial, su iluminación de ultratumba y, sobre todo, un hilo musical que pone los pelos de punta, con truenos, gritos, sonidos indeterminados...

Un baile de máscaras funerarias da paso al presentador, que es ni más ni menos que Nosferatu, un personaje de la otra vida que regresa para guiarnos por este espectáculo. Sale de un ataúd y causa las primeras carcajadas, lo que nos hace pensar que nos vamos a reír más veces de las que pensábamos. A partir de ese momento, el circo pierde casi todo su carácter de "terrorífico", salvo algunas pequeñas pinceladas, y se convierte más bien en una parodia de las películas de miedo y del circo en general. La contorsionista es ahora una niña poseída que se retuerce en una cama; los payasos son zombis sanguinarios que buscan sangre fresca entre el público; los motoristas que hacen piruetas en una bola gigantesca son hombres-lobo sin prejuicios; los forzudos que hacen equilibrios uno encima del otro son el verdugo y un condenado a muerte... (Por cierto, cuando salen estos dos últimos, el público enloquece, sobre todo el femenino, porque ambos tienen cuerpos esculpidos más en el gimnasio que en el penal de Carabanchel, la verdad. El verdugo del Circo de los Horrores se llama Ignacio Moreno y el condenado a muerte, Arturo Guevara, para información de los fans, son dos equilibristas que hacen un número bastante homoerótico, al menos desde mi punto de vista, tienen momentos que parece que se van a poner a fornicar en pleno escenario...)

Es decir, lo que cambia es la forma, pero el fondo sigue siendo el de un circo tradicional. Para los que odiamos el circo desde que éramos pequeños, ésta es una buena forma de reconciliarnos con el mayor espectáculo del mundo, pero quien vaya pensando que va a presenciar algo similar al Circo del Sol, que se quede en casa porque saldrá decepcionado. Esto es un circo reciclado, y el reciclaje es magnífico, no cabe duda, pero es un circo reciclado al fin y al cabo.

Todo eso me llevó a pensar que hay muchas cosas a nuestro alrededor que tal vez merecieran un reciclaje tan profundo o más como el que Suso Clown ha hecho con su Circo de los Horrores. Un reciclaje, no una renovación de arriba abajo. Porque hay cineastas, directores teatrales, promotores culturales, que se empeñan en montar espectáculos que creen que son revolucionarios y totalmente nuevos; y en realidad lo que están haciendo es intentar cambiar el concepto de "cine", "cultura" o "teatro", con muy mala fortuna, por cierto.

Porque el espectador quizás está harto de ver el mismo cine, el mismo teatro, la misma cultura; pero no quiere que le ofrezcan algo que no es ni teatro, ni cine ni cultura, sino que está esperando un reciclaje, savia nueva, sangre caliente. El espectador quiere ir al cine, al teatro, a una exposición, y ver algo diferente, pero que siga siendo cine, teatro, cuadros, circo. No quiere ir al teatro y encontrarse viendo algo que no se parece nada al teatro. El espectador quiere teatro diferente; pero quiere teatro.

Lo digo recordando algún montaje, como el de Perro muerto en tintorería: los fuertes, de Angélica Liddell, que dice ser un montaje teatral y en realidad no tiene nada que ver con el teatro, más bien es una performance pictórica y una burla al público. Ellos dicen que quieren incomodar al espectador para hacerle partícipe de lo que cuentan. A mí me parece que Marat-Sade, de Animalario, incomoda al espectador sin necesidad de encabronarlo. Yo pago una entrada y quizás me interesa que me incomoden, pero no que me hagan sentir que he tirado el dinero. Marat-Sade es una inversión. Perro muerto en tintorería es un derroche absurdo y sin sentido. Dicen que Angélica Liddell es el futuro del teatro; a mí me parece que quizás es el futuro, pero de algo diferente que aún no tiene nombre, pero que no es teatro, por mucho que nos empeñemos.

Volvamos al comienzo, porque lo que quiero decir es que el Circo de los Horrores reinventa el circo, pero sin dejar de ser el tradicional espectáculo que todo el mundo reconoce. Los que intentan que cualquier arte que ejercen sea diferente a lo que todos reconocemos como ese arte, en realidad están inventando otra cosa que aún no tiene nombre, pero en ningún caso están renovando nada. Están inventando y lo llaman renovar porque inventar ya no está de moda.

Vídeo de promoción del Circo de los Horrores: http://www.youtube.com/watch?v=QoyS-H_PayA

P.D. Un consejo: a los que les gusten las emociones fuertes, que reserven un palco para el Circo de los Horrores, porque suelen ser los elegidos para participar en los macabros experimentos de los tétricos payasos. A los que tengan el corazón débil o prefieran no ser protagonistas, que se vayan a la parte de atrás: es más barato y no tendrán que salir a la arena.

jueves, 29 de noviembre de 2007

Qué queda de la civilización


Anoche hablé con un buen amigo, Daniel Martínez, que es el jefecillo de la nueva editorial Salto de Página. Es una editorial que, como él dice, publica novelas muy buenas y algunas entretenidas, que no es lo mismo que malas, porque no todos los lectores aguantan la dureza de la literatura incisiva, que tampoco tiene que ser siempre buena.

El caso es que me contó que cuando estaba intentando contactar con el autor para publicar Plop, de Rafael Pinedo, le llamó y le contestó su mujer, viuda desde hacía dos días. Daniel ignoraba que el autor había muerto, así que se quedó mudo (ya de por sí es un chaval bastante tímido por teléfono, por no decir soso, eso es algo de lo que hemos hablado él y yo largo y tendido y que no viene al caso), y es algo que se entiende.

Anoche le dije que era una situación rara, porque es uno de esos momentos en los que uno no sabe si seguir adelante o esperar a una ocasión más oportuna. Supongo que como Daniel se hace querer porque es buen tío, la viuda quedó encantada con la propuesta, incluso le dijo que su marido estaría súper orgulloso de saber que su novela, ganadora del Primer Premio de Novela Casa de las Américas 2002, iba a ser publicada en España. Supongo que a veces la fatalidad convierte a ciertas situaciones en casi cómicas, por no decir tétricas, pero en este caso lo que sorprende, ante todo, es la casualidad.

Lo que a mí más me ha sorprendido de todo esto, más que las casualidades e incluso más que la capacidad de la viuda de sobreponerse a la adversidad, es que esta novela no se haya publicado aquí hasta ahora. Porque si después de la papeleta que tuvo que sortear Daniel para conseguir los derechos, descubro que es una mierda, me cago en sus muertos (nunca mejor dicho), en la viuda y hasta en el editor. Pero resulta que Plop es una delicia, no apta para todos los estómagos (y mentes). Una delicia que se degusta a pequeños bocados y que hace pensar, pensar mucho.

Plop es como un steak tartar: es carne cruda, sin siquiera un golpe de fuego, especiada muy escasamente y con el toque justo de sal. Servida además en un cuenco prehistórico, desconchado y sucio, pero con mucho valor. Plop es la historia de un pueblo futuro que ha perdido la esencia de la civilización y lucha única y exclusivamente por la supervivencia, en un mundo desolado y abocado a la destrucción. Plop es el sonido que hace el protagonista en el lodo al nacer, y es el nombre que su salvaje madrina le pone como homenaje. Plop es el ser humano en su esencia, despojado de cualquier tejido, desnudo y animal. Plop es una novela que se lee tan rápido y tan bien que no contaré cómo empieza ni cómo acaba, porque os descubriría demasiado. Y porque lo que cuenta hace sentir cosas que pocas novelas hacen sentir.

Salvando las distancias, tiene mucho de Auto de fe, de Elias Canetti, no en el fondo, ni siquiera en la forma; sólo en las sensaciones que deja: el lector descubre que, al fin y al cabo, no somos más que animales movidos por instintos, y que todo lo demás, lo que sólo es cultural, es un engaño para hacernos creer que somos algo más que esos animales. Y que estamos condenados a volver a ser animales en estado puro.

A mí Plop me dejó plof. Pero es que sólo las novelas que me dejan plof consiguen hacerme crecer.



P.D. Ya sabemos los ganadores del IX premio Odisea de 2007: ganador, Desde aquí hasta tu ventana, de Javier Herce; finalista, Esta noche tú decides, de Ramón Martínez. Suerte a los dos. Y que Dios les pille confesados. Qué recuerdos...

lunes, 7 de mayo de 2007

Kant se prende fuego

No abundan las novelas que dejan huella. La sociedad que nos rodea construye productos culturales efímeros, de usar y tirar. Los libros son esos fajos de hojas que, una vez leídos, pueden volver a la estantería con el mismo gesto con el que salieron de ella; entre uno y otro gesto, no hemos madurado ni un ápice. Leerlo o no leerlo: la misma cosa es.

Por eso, cuando llega a tus manos un libro que te hace madurar, aprender y descubrir nuevas cosas, la sorpresa es mayúscula. Casi no lo crees. Temes que un extraño proceso metabólico o una inexplicable turbación sensorial te haga ver gigantes donde sólo hay molinos de viento. Cuando pasa el tiempo, cuando compruebas que el poso sigue ahí, más dentro que nunca, cuando te demuestras a ti mismo que fue cosa real y no de fábula, vuelves a tomar el libro en cuestión, lo hojeas de nuevo, sopesas su verdadero valor y te dices: "Qué maravilla".



Una novela "insoportable", es decir, maravillosa

Una de esas poquísimas novelas que han endulzado mi voraz afán de lectura ha sido Auto de fe, de Elias Canetti, que un principio pudo llamarse Kant se prende fuego (el protagonista, en una primera versión, se apellidaba igual que el artífice de la razón pura). Me acerqué al autor con miedo porque siempre lo consideré un escritor difícil, a pesar de no haber leído nada suyo. Es uno de mis estúpidos prejuicios, algo que viene provocado por un infundado temor a no ser capaz de encontrar el sentido de un argumento. Es la única novela que escribió Canetti, que dedicó su vida a estudiar el mundo que lo rodeaba y diseccionarlo en numerosos ensayos y autobiografías.

Auto de fe es, sin duda, una de las novelas más revolucionarias del siglo XX. Porque, a través de una historia que puede resultar surrealista y turbadora, desarrolla el conflicto entre el dogmatismo científico y el pragmatismo cotidiano. En otras palabras: habla del choque entre la metafórica teoría y la cruda realidad. Pero llevado a un extremo prácticamente insoportable.

El mismo Canetti asegura en el prólogo de una edición posterior a la original que es consciente de que la novela es "insoportable". Insoportable en el sentido de que el lector debe abandonar el libro en ciertos pasajes porque la tensión narrativa y el desequilibrio emocional pueden provocar reacciones nefastas. No miento al asegurar que en algunas escenas quise dejar de leer, olvidarme de la historia, pasar a otra cosa... Pero siempre terminé volviendo. Es insoportable, sí, pero también deliciosa.



Tratado sobre la locura

Auto de fe es una de las ocho novelas que el autor proyectó para construir un ciclo de obras que revisaran la locura humana. De aquel proyecto sólo quedó esta muestra, pero no hay duda: es un auténtico análisis sobre las causas y la razón (si la hubiera) de la locura. Una locura que afecta por igual a todas las clases sociales, pero que ceba en alguien alejado del mundanal ruido e inmerso en estudios eruditos que lo alienan de manera desastrosa.

Peter Kien es el sinólogo (experto en China) más famoso de su tiempo. Sus días los pasa entre libros en su importante biblioteca, elaborando estudios y ensayando conferencias. Sus necesidades domésticas le llevan a contratar a una asistenta, Teresa, que resulta adorar los libros casi más que el dueño del apartamento. Kien decide casarse con ella, y cuando es ya demasiado tarde para volver atrás, descubre que todo era una estrategia para hacerse con la herencia, con el piso, con los libros... con su vida. La enajenación toma cuerpo cuando el protagonista se encuentra recluido en un espacio mínimo, temeroso de las reacciones violentas de su mujer, descuidando su orgullo propio hasta el punto de quedar reducido a un mero esqueleto.

Teresa llega a echar de su propia casa a Kien, que vaga por las calles de Viena como un vagabundo, malgastando el poco dinero que le queda en estúpidas obras de caridad para consigo mismo. Un enano tullido le sirve de singular escudero. Georges Kien, director de un sanatorio psiquiátrico, viaja para comprobar el estado de salud de su hermano y logra, no sin grandes esfuerzos, que Peter vuelva a su casa y que Teresa abandone sus artimañas y huya. Pero la vuelta a la realidad es momentánea: Peter vuelve a encerrarse en su biblioteca y, totalmente desquiciado, acaba inmolándose junto a sus adorados miles de volúmenes.



Peter Kien vs. Alonso Quijano

El paralelismo con El Quijote me pareció muy interesante. Peter Kien es el Alonso Quijano de la Viena de entreguerras. Un "hombre-libro", como Canetti lo llama, protagoniza la novela. Los libros como recurrencia continua. Una locura que proviene de la excesiva erudición y el aislamiento del mundo real. Un escudero (el tullido Fischerle) sin ningún altruismo (a pesar de lo que piense su caballero), con intereses materiales patentes (en este caso, robarle el dinero). Una dama (Teresa) que parece una cosa y en realidad es justo lo contrario. Un grupo de marginados sociales que estafan y engañan a todo un señor ilustrado. Desde las primeras páginas del libro me resultó patente esta similitud.

El trasfondo de la novela es un llamamiento para unos y otros: los sabios deben estar en contacto con el mundo que les rodea; el mundo debe tener más en cuenta a los sabios. Pero va un poco más allá: ni siquiera el hombre más inteligente y erudito puede luchar contra la maldad y la destrucción que imperan ahí fuera. Está escrita entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, un periodo de incertidumbre internacional y desasosiego general.



Revolución, de entrada, sí

No sé si será porque la leí justo antes que ésta, pero no he podido evitar compararla con Los hijos de la luz, de César Vidal. Argumentalmente no tienen ningún punto en común. Estilísticamente, tampoco (en beneficio de Canetti, porque Vidal es mediocre, a veces incluso deficiente). Sin embargo, los objetivos finales de ambas novelas están relacionados: Los hijos de la luz critica cualquier revolución popular y defiende el orden por encima de todo (incluso por encima de la integridad de las personas), algo que lo sitúa a la derecha de la derecha; sin embargo, Auto de fe proclama a los cuatro vientos que la sociedad tiene derecho a rebelarse contra lo establecido si lo considera injusto, caiga quien caiga, algo que lo sitúa a la izquierda de la izquierda.

No sé qué postura será más correcta. Quizás ninguna de ellas. Una cosa sí está clara: para mí, que me vanaglorio de leer mucho, Los hijos de la luz me dejó indiferente literariamente hablando, ni siquiera recuerdo los detalles del argumento. Sin embargo, Auto de fe me emocionó, me divirtió, me hizo sufrir y también gozar, me resultó cercana y a la vez lejanísima, la sentí como una historia mía a pesar de no ser loco ni alemán ni sinólogo ni casado.

Es más, entre el gesto de sacar el libro de la estantería y volverlo a colocar en ella, dos semanas después, descubro que no sólo he madurado: también he crecido.

martes, 3 de abril de 2007

Al menos es una sonrisa

Miras a tu alrededor y sólo ves cosas que te recuerdan lo frágil que eres. Sólo él se convierte en mi protector, en mi coraza, en el colchón que necesito para no romperme como un plato contra el suelo. Él es muy fuerte y muy sabio, y conoce todos los mecanismos para que nada traspase estas paredes y me haga daño.

Pero ahora el colchón se ha desinflado, y el plato se ha roto. Él se ha convertido en otra cosa, el protector se ha olvidado de sus armas defensivas. El ángel de la guarda se ha dejado las alas en casa. Me siento desnudo, indefenso, solo ante los peligros de la vida. Miserable. Huérfano.

Doy un paso al frente. Es un paso desesperado, desgarrador, funesto. Es el paso que da el condenado a muerte cuando le invitan a que tome su lugar en el cadalso. Pero no sé si podré dar más pasos. No sé si habrá más pasos, si hay algo que me empuje a seguir caminando. Soy un plato roto que después de hacerse añicos ha avanzado un poquito y se ha parado.

Quizás sea por la inercia. Quizás sea que el colchón no se ha desinflado del todo, que aún tiene algo de aire dentro. Quizás sea que el protector guardaba alguna defensa improvisada en la manga. Quizás sea que al ángel de la guarda le están creciendo otras alitas sobre las heridas aún abiertas que han dejado las antiguas, ahora destruidas.

No lo sé. Sólo sé que estoy desnudo pero vestido; indefenso pero protegido; solo pero acompañado... Huérfano con padre y madre. Una pequeña luz de esperanza, un atisbo de confianza, una mota de posibilidad se ha posado en mi mano, temblorosa y desgastada. La acuno entre mis brazos, lloro por ella, descubro la importancia de las cosas pequeñas. Y después sonrío.

Con lágrimas en los ojos, con una amargura desmedida y un sentimiento de angustia que me oprime el pecho y me ahoga, pero sonrío. Con una debilidad rayana en el desfallecimiento, con un terror que es desequilibrante, pero sonrío.

Y soy consciente de que no hay ni una sombra de felicidad en esa sonrisa, pero al menos es una sonrisa.

lunes, 26 de febrero de 2007

Agradable decepción

Si hubiera seguido pintando paisajes de ensueño y rincones de ciudades que enamoran, quizás ahora Escher fuera conocido como uno de los más virtuosos retratistas de la realidad.

Sin embargo, la obsesión por las matemáticas y la lógica le cambió la virtud, y eso lo inmortalizó como lo que hoy en día es considerado: un extravagante grabador cuyas escaleras imposibles, órdenes numerarios y pájaros que se convierten en peces desafían a la realidad y tocan el mundo onírico.

Ayer estuve en la exposición que la Fundación Canal ha preparado en el antiguo depósito de la plaza de Castilla. Se trata de una retrospectiva que toca todos los palos del holandés M. C. Escher, desde sus primeros retratos de personas cercanas y paisajes disfrutados, hasta los conocidísimos edificios imposibles en los que no hay arriba y abajo, ni derecha e izquierda, pasando por las repeticiones obsesivas que estudian el infinito y combinaciones de motivos que se transforman en otros motivos diferentes por arte de birlibirloque.

La palabra que puede definir la sensación que deja esta exposición es ésta: decepción. Y en varios sentidos:

a) Decepción porque tras dos horas de insufrible cola bajo una pertinaz lluvia que no nos perdonó el capricho de salir a la calle un domingo por la mañana, descubrimos que en el interior de la sala hay espacio libre como para haber habilitado algún espacio para evitar una espera tan desagradable.

b) Decepción porque los responsables de la organización no han entendido que Escher no es sinónimo de caos, más bien al contrario: de un estricto orden muy personal. Lo digo por la distribución de las salas. Es prácticamente imposible seguir las indicaciones por dos motivos: no existen y la oscuridad de las salas no ayuda en nada para orientarse. Sin mencionar la cantidad de gente, que impide hacer una visita tranquila.

c) Decepción porque la parte que a priori podría resultar más atractiva, la de los edificios imposibles de Escher, tiene cuatro obras (es un decir) y están muy mal iluminadas, hay que acercarse a diez centímetros para verlas en condiciones. Y después de tantos años oyendo hablar de estos geniales grabados es casi imposible no sentir una pizca de desilusión al comprobar su pequeño formato y que no son tan alucinantes como parecen.

d) Decepción porque la historia se ha encargado de encumbrar a Escher como un artista de lo imposible, cuando a mí personalmente lo que más me llamó la atención de la exposición fueron sus primeras obras, las de paisajes y rincones de sus ciudades preferidas (Italia como referente casi único), porque las encuentro mucho más elaboradas, detallistas, alucinantes y deslumbrantes que sus obras posteriores, por muy impactantes que sean éstas. Supongo que uno pasa a la historia por las cosas extravagantes que hace, porque paisajes evocadores a principios de siglo supongo que serían bastante comunes.

e) Decepción porque una de las salas pretende emular a través del recurso de columnas y espejos uno de los mundos infinitos de Escher, y yo sólo lo entendí como un área de descanso en la que relajarte después de cuatro horas de pie.


En realidad, todas estas decepciones quizás son irrelevantes y nimias cuando las comparo con el placer de ver una buena colección de obras de Escher en riguroso directo, sin recurrir a Internet o a libros. Los errores en la organización y el orden de las salas, la pobre iluminación, la masiva afluencia de público, descubrir que el Escher que me gusta es justo el que creía que nunca descubriría... Todos estos detalles son pequeños si se comparan con la verdadera cuestión: el holandés fue un artista irrepetible que merece esta exposición y alguna incluso mejor.

Incluso después pensé que la interminable cola que esperamos durante dos horas para acceder al antiguo depósito es en realidad un guiño de la organización para que los asistentes vayan metiéndose en el mundo lógico de Escher: una cinta de Moebius que se revuelve sobre sí misma y no tiene fin.

Por eso, después de todo, recomiendo encarecidamente a quien aún no haya visto la muestra que se pase por la plaza de Castilla. Y tranquilos, se ha prorrogado hasta el 15 de abril.

Más información:
Página web oficial Escher
Museo Escher en Holanda
Obras de Escher

viernes, 2 de febrero de 2007

Marketing

Llevo una camiseta de Springfield, unos vaqueros de Pepe Jeans, unas zapatillas Puma, unos calzoncillos Punto Blanco.

Llevo unas gafas Tommy Hilfiger y una mochila Reebok.

Escucho música en unos cascos Phillips, tengo un móvil Nokia, estoy bebiendo un Aquarius.

Anoche me lavé el pelo con H&S, me enjaboné con La Toja en nuestra bañera Roca, me coloqué unas gotas de Boss.

Vimos una película en nuestra tele Sony, cocinamos en nuestra placa Balay unos insípidos palitos de Frudesa.

No entiendo de marketing. Sólo sé que llevo tu marca en mi piel como una cicatriz indeleble. Sólo sé que todo lo demás pasará, resbalará por mi cuerpo y mi mente, todo será circunstancial... y quedará tu marca en mi piel para recordarme que soy lo que soy porque tú me marcaste.

viernes, 12 de enero de 2007

30 años antes de que Potter naciera...

Se me olvidó el miércoles apuntar un detalle fundamental: el muchacho protagonista de la novela tiene una reconocible cicatriz en su rostro, provocada por un desagradable encontronazo con la sombra que lo persigue, cuando aún era un niño...

Qué, aún tenéis alguna duda de a qué novela me refiero?

Lo primero, quiero agradecer vuestros comentarios en el post sobre el juego, me he reido mucho, tenéis una imaginación... Y un tirón de orejas a todos los que dicen que es Harry Potter. Haced caso a Vulcano lover, si dije que es más difícil de lo que parece es porque hay gato encerrado...

Por cierto, sí, estoy mejor. Abad tiene razón, estoy juguetón, y eso significa que ya no duele. Hace unas semanas no me apetecería reír, ni jugar, ni siquiera respirar...

Ahí va la solución al acertijo:



No, el protagonista no es Harry Potter, ni estudia en el colegio Hogwarts, ni está criado por sus desagradables tíos, ni es acosado por lord Voldemort. Sin embargo, los puntos coincidentes son tan numerosos que resulta incluso sospechoso. Como tampoco he seguido la trayectoria de J.K. Rowling, no sé si ella ha reconocido influencias de esta novela y de la saga. Lo que sé es que las peripecias de Potter concuerdan a veces de forma preocupante con el devenir de este otro chico (que, todo sea dicho, es mucho más interesante y está mejor descrito que aquél). Aunque entre ambos personajes medien 30 años literarios, el parecido es asombroso.

La novela de la que hablé el miércoles es Un mago de Terramar, que forma parte de una saga que, bajo el nombre de Historias de Terramar (publicada recientemente en un solo volumen por Minotauro), incluye cinco entregas sobre este muchacho y sus aventuras en un extraño mundo rodeado de agua. La autora es Ursula K. Le Guin, una de las escritoras de ciencia ficción y fantasía más importantes del siglo XX, aunque no lo creáis porque no prolifera en los medios de comunicación.

Ursula K. Le Guin, en una foto reciente.


Esta primera novela se escribió en 1968 y se publicó por primera vez en España a principios de los años 80, y se considera una saga a la altura de El señor de los anillos. Yo, que he leído ambas, os puedo asegurar que es cierto. Es otro tipo de literatura fantástica, más poética, más introspectiva, y menos bélica que la de Tolkien, pero al menos igual de interesante. En 2001 se publicó la última entrega de esta pentalogía, compuesta por los siguientes títulos: Un mago de Terramar, Las tumbas de Atuán, La costa más lejana, Tehanu y En el otro viento.

El protagonista se llama Ged, pero todos le llaman Gavilán, entre otras cosas porque el verdadero nombre de un hechicero sirve a los enemigos para dominarlo más fácilmente, así que todos utilizan apelativos más terrenales para curarse en salud. Su madre muere a los pocos meses de dar a luz, y su padre está demasiado ocupado en sus labores como para educarle, así que el niño empieza a tontear con la magia a través de una bruja que tiene una fama regulera por esos andurriales.

De repente, una visita le cambia la vida: el hechicero Ogión se lo lleva para enseñarle los secretos de la magia, pero más que enseñarle, lo desconcierta, y el pequeño decide marcharse a la isla de Roke, sede de la escuela de magos más importante de Terramar. Allí conoce al que será su mejor amigo, Algarrobo, y su peor enemigo, Jaspe, que hasta el momento había sido el ojito derecho de todos. Los demás alumnos saben que Gavilán será alguien grande en el mundo mágico porque se rumorea que nació para dominar a todos los demás.

Incluso el Archimago, que ejerce de director de la escuela, protege a Gavilán del exterior y es consciente de que tiene entre sus manos un diamante en bruto. En uno de los encontronazos entre Ged y Jaspe, se produce un cruce de hechizos, en el que Ged invoca a una antigua princesa de Terramar, pero con la invocación llega también una sombra poderosa que intentará adueñarse del cuerpo y el alma del muchacho. Como consecuencia de esta lucha entre el chico y la sombra, Ged lucirá a partir de ahora una cicatriz en su rostro.

A partir de ese combate entre fuerzas terrenales y telúricas, las aventuras de Ged se encauzan para buscar y luchar contra esa sombra, que lo acosa y debilita con el objetivo de conseguir sus propósitos, que no os voy a contar porque si no os descubriría el final. Eso sí, hay también dragones, palacios encantados, piedras que ofrecen la inmortalidad y que son más peligrosas de lo que parecen, mujeres que intentan destruir a Ged con sus cantos de sirenas...

En fin, que quien haya leído alguna novela de Potter se dará cuenta del asombroso parecido con el argumento, en el que hay personajes y situaciones que se repiten como si fueran dos versiones de un mismo cuento infantil. Demasiada coincidencia, ¿no creéis?

Edición completa de las novelas de Terramar.


A los que han devorado a Harry Potter, les recomiendo que lean la saga de Terramar para que descubran a otro mago atormentado por su pasado, bastante más humano y cercano que el de Hogwarts. No les defraudará y comprobarán que todo está inventado, a pesar de la fiebre que ha desatado en los últimos años el fenómeno del niño mago.

Y a los que no pueden con las andanzas de Potter, les aconsejo aún más fervientemente que lean a Le Guin, principalmente porque esta saga la componen buenas novelas, cosa que no sé si decir sobre Rowling. El carácter lírico, los personajes sólidamente construidos y un mundo inventado basado en la relación entre el agua y la tierra son elementos que juegan a su favor.

Y para los que quieran saber más sobre el universo de Terramar, ahí van tres páginas que ahondan en él:

Ursula K. Le Guin en Wikipedia
Página oficial de la escritora (en inglés)
Página española sobre la escritora

miércoles, 10 de enero de 2007

¿Jugamos?

Hoy voy a proponeros un juego muy sencillo. Yo os cuento de qué va el libro que me estoy leyendo, y vosotros intentáis descubrir de qué novela se trata. Ojo, es más difícil de lo que parece. Atentos, que ahí va:

La novela forma parte de una saga escrita por una mujer. El protagonista es un chico con una especial inclinación hacia la magia desde muy pequeño, criado por familiares suyos, pero que no son sus padres. Cuando cree que sus habilidades son algo anómalo, una extraña visita le descubre que los magos son más habituales de lo normal. De hecho, hay incluso una escuela en la que se aprende a controlar y dominar esos poderes con los que algunos hombres nacen.
Y evidentemente, a esa escuela es adonde se dirigen sus pasos en las siguientes aventuras. Pero incluso en la escuela es un bicho raro: todos cuchichean porque se dice que el chaval es más poderoso que cualquiera de los demás, que tiene algo innato que lo hace superior al resto de los estudiantes. Su enemigo en la escuela, otro aspirante a mago, es un muchacho que hasta el momento de su llegada era el más admirado y prometedor.
Algunos profesores del protagonista le descubren materias mágicas que aún no han estudiado los demás porque intuyen que detrás del muchacho se esconde un futuro mago excepcional. Incluso el mismísimo director de la escuela tiene conversaciones con él y le hace ver que ha visto en su futuro graves peligros y un papel esencial en el devenir del mundo conocido.
La novela se redondea con la aparición de una sombra, un ente indeterminado pero maligno que acosa al muchacho hasta hacerle perder los papeles. La lucha entre ambos, entre la sombra y el muchacho, es tan encarnizada precisamente porque los dos tienen aspectos muy similares en su carácter, en su personalidad, en sus problemas...

La respuesta, el próximo viernes...