martes, 14 de julio de 2009

En dique seco

Es verano. No hay ganas de casi nada, excepto tirarse a la bartola con el aire acondicionado a tope y una cervecita fresquita en la mano. Ah, y engancharse a alguna serie que te obsesione, como por ejemplo Dexter, que es la que ahora estoy descubriendo.

Este inicio es para explicar el hecho de que esté vago y que no actualice el blog todo lo que me gustaría. Bueno, por eso y porque tampoco hay mucho nuevo que contar. Estoy en dique seco, en el sentido más estricto de la palabra. En las últimas semanas varias personas me han comentado que para cuándo la próxima novela; y me sorprendo porque no tengo ni la más remota idea.

Eso sí, me gustaría compartir con quien quiera y se deje un enlace a la página web de mi amigo David, de Narrativa Gay, que dedicó a mi obra un especial de una semana del que me siento muy orgulloso. Sobre todo porque es la retrospectiva sobre mis novelas más completa y exhaustiva que nadie se ha atrevido a hacer: disecciona cada uno de los libros y se atreve a hacerme preguntas sobre ellos que nadie antes había hecho, seguramente por desconocimiento o ignorancia. Es evidente que a David le gusto (literariamente hablando, me refiero), y eso me emociona porque él lee muchas novelas de temática gay y considero un honor que me destaque por encima de otros autores.

A todos les dirá lo mismo. O no. No lo sé. Pero a mí me ha hecho feliz, como siempre que algún lector me confiesa que ha leído mucha literatura gay y que se queda con mis novelas, sin duda. Para alguien que huye de las etiquetas, creo que es una de las mejores formas de alejarse de ellas.

Que lo disfrutéis.

martes, 9 de junio de 2009

Un año más, a la Feria del Libro


Este año se ha hecho esperar porque no firmaré hasta el último fin de semana de la Feria del Libro, que termina este domingo. La cita es el sábado 13 de junio de 12 a 14 horas, en la caseta 180 de Odisea Editorial. Quien se dé una vuelta por el Retiro para ver libros y más libros (y comprar, si se tercia) puede hacerme una visita para que le firme un ejemplar o simplemente para que nos veamos.

Más información: www.tomasortiz.es

jueves, 4 de junio de 2009

Odio a Luisgé Martín

Odio a Luisgé Martín. Con todas mis fuerzas. Lo odio porque ha escrito la mejor novela que he leído en este 2009 y, aunque aún quedan otros seis meses para que acabe, me temo que será la mejor novela de las que aún me quedan por leer. Odio a Luisgé Martín por haber madurado tan bien, literariamente hablando. Físicamente también ha madurado bien, pero ése no es el tema. Lo odio, con ese odio despreciativo y envidioso que a veces sentimos los autores hacia quien creemos superior. Hacia quien es superior, qué coño.

Odio a Luisgé Martín. Lo odio porque me ha mantenido cuatro días sin salir de casa, devorando las páginas de Las manos cortadas como si se tratara de sushi de buena calidad, a bocados grandes y crudos. Recostado en el sofá, sentado en una silla, tumbado en la cama. Con su novela en el regazo, como único alimento. Lo odio porque pocas veces he disfrutado tanto con un libro. Y cuando uno siente ese gozo indescriptible con obras clásicas, con un Dostoievski, con un Canetti, tiene esa idea estúpida de que no los puede odiar ni envidiar porque al fin y al cabo están muertos y escribieron sus obras hace más tiempo del que yo podría recordar. Pero Luisgé está más vivo que nunca, y para colmo de males lo conozco personalmente, y podría decir que es un buen amigo, aunque en la distancia, y eso me hace odiarlo aún más profundamente. A Luisgé no me queda más remedio que odiarlo.

Las manos cortadas narra la trepidante aventura de un escritor que se ve envuelto en extraños sucesos durante una visita a Chile para promocionar su última novela. Lo que parece una mera anécdota se convierte en un viaje sorprendente hacia el corazón del país y, sobre todo, hasta los episodios más desagradables de la historia chilena reciente: el golpe de estado de Pinochet, los últimos días de Allende, la lucha entre el bien y el mal, ese lugar común que es algo tan universal como el amor o el dolor.

No destriparé nada más sobre la novela porque es una de esas joyas que merecen ser descubiertas poco a poco. Sólo diré que me subyugó esa pericia para presentar una misma realidad desde diferentes puntos de vista. Y algo común en el autor, que me sorprendió en Los amores confiados y que aquí me resulta un magnífico sello de identidad: hay historias, personajes, escenas, que no parecen tener mucho que ver con el argumento general; sin embargo, todo tiene su explicación, el autor exige una paciencia, un trabajo suplementario al lector que es la clave de que nos mantenga enganchados desde las primeras páginas.

Ahora pienso qué hubiera sucedido si aquel día de junio de hace dos años no hubiera respondido al requerimiento de Luisgé Martín, que me llamó por teléfono para incluir mis opiniones sobre la denominada "literatura gay" en un reportaje que estaba confeccionado para la revista Zero. Él había leído una novela mía, pero yo ninguna suya, lo que son las cosas. A raíz de aquel contacto, devoré Los amores confiados y le dije la verdad: que me encantaba su forma de escribir. Descubrí a uno de los que ahora son mis autores favoritos. Y comencé a odiarlo un poquito, la verdad.

Dicen que del amor al odio hay un paso. Imagino que al revés también es válido el aforismo. Así que se puede decir que lo odio casi tanto como lo adoro. Porque es imposible no adorar a alguien que te hace pasar unos ratos tan agradables de lectura. Porque es imposible no disfrutar de la buena literatura. Porque es imposible no experimentar esa sensación de estar leyendo algo único, algo especial, algo que muchos, lamentablemente, se perderán.

Adoro a Luisgé Martín.



Nota: Por cierto, aprovechad la Feria del Libro de Madrid, Luisgé estará firmando en ella, como es lógico, pinchad aquí para ver las fechas y las casetas en las que estará. Yo tendré que hacer malabarismos para encontrarlo en alguna de sus firmas porque quiero (y necesito) hacerme ya con Los oscuros.

lunes, 25 de mayo de 2009

Una serie "incómoda"

Estoy enganchado a la serie A dos metros bajo tierra. Hace unos nueve años que se estrenó y la zanjaron con cinco temporadas (yo estoy comenzando a ver la tercera), así que se puede decir que la estoy disfrutando como los buenos vinos, cuando llevan una temporada envejeciendo en barrica. Y como los buenos vinos, se paladea sorbo a sorbo, admirando cada matiz, sorprendiéndose con cada nueva sensación.

Me parece de una factura sobresaliente. Esa sencillez calculada al milímetro, que es mucho más compleja que el barroquismo de ciertas otras series, me subyuga. No es fácil que un decorado, y más tan lejano como pueda parecer una funeraria familiar, se convierta en algo tan personal, tan cercano, tan sencillo como cualquier hogar reconocible por esos pequeños detalles. Se redondea con unos guiones excelentes, construidos sobre la base de algo tan fundamental como los problemas de comunicación: la serie, y yo creo que en realidad toda nuestra sociedad, se puede explicar a partir del problema de la falta de comunicación entre nosotros. La matriarca, que interpreta Frances Conroy (Globo de Oro en 2004 por su papel en esta serie), es estupenda, sin menospreciar al resto del reparto, no hay nadie que cojee, algo que también es muy difícil de encontrar. Yo digo que nadie podría dar vida a la voluble Ruth como ella.

Pero a veces no es una serie agradable de ver. A veces te apuñala en el rincón más doloroso de tu cuerpo; a veces te deja noqueado, te obliga a revolverte en tu asiento. Es algo que se echa de menos en las series: generalmente son microfilmes construidos para pasar un buen rato, permiten que te vayas a la cama y duermas tranquilo, sin pesadillas ni malas conciencias, sin pensar, vaya. Pero en A dos metros bajo tierra las bajas pasiones, y sobre todo la definición casi perfecta que hacen del ser humano como animal de extremos, te impiden olvidarte de cada capítulo al terminar los títulos de crédito. Seguro que es algo que incomoda a millones de personas. A mí me invita a ver el capítulo siguiente.

Curiosamente, acabo de terminar una de las novelas más importantes de Álvaro Pombo, El parecido (1988), que al fin y al cabo es una historia sobre lo incómodo, o mejor dicho, una historia de lo difícil que es sobrevivir en una sociedad que te hace sentir incómodo. Álvaro Pombo no es santo de mi devoción, y eso que le he dado muchas oportunidades, pero he de reconocer que a veces sabe explicar las relaciones humanas mejor de lo que yo sería capaz, y eso me hace admirarlo.

En El parecido, todo son conjeturas: tras la violenta muerte en un accidente de tráfico del hermosísimo Jaime, toda la gente que lo rodeaba sin de verdad conocerlo se pregunta quién era el muchacho, cuál era su objetivo en la vida, qué esperaba de los demás. Y la respuesta es que nunca se conoce lo suficiente a nadie, aunque se compartan los momentos más íntimos. Las habladurías construyen realidades alternativas cuando la verdad se desconoce, y lo que podría ser un prejuicio se convierte en una acusación. Y las acusaciones son incómodas, y vivir incómodo a veces no es vivir.

Os dejo, que acabo de poner otro capítulo...

Se puede ver la serie completa en www.seriesyonkis.com

lunes, 27 de abril de 2009

ESTRENAMOS www.tomasortiz.es

Estrenamos página web: www.tomasortiz.es. Y qué mejor manera de explicaros por qué nos hemos decidido a ello que copiar aquí la carta de BIENVENIDA que escribí para presentarla:


Hace ya nueve años que se publicó Te esperaré, premio Odisea en el año 2000. Yo tenía 22, y mentiría si dijera que ese hito personal no cambió mi vida, porque lo hizo. Desde entonces, muchos han sido los lectores que me han confesado que también a ellos aquella historia les transformó algo. Me halaga que digan que mis novelas hacen sentir las mismas emociones que yo experimenté cuando las escribí.

Desde entonces, he intentado cambiar las vidas de muchos personajes, y también las de los que han leído esas vidas. Contactos, Seguiré aquí cuando despiertes, Los amigos de Sebastián y Tu otra mitad también están protagonizadas por personajes que se buscan a sí mismos y que disfrutan con ese proceso de autoasunción.

Algunos dicen que soy un referente en la literatura gay. Yo no sé ni lo que es la literatura gay. Pero hay algo que les debo a mis lectores: un espacio en el que puedan descubrir las novedades, se sientan informados y participen. Esta web es una ventana abierta a mi mundo. Sólo tienes que descubrirla y dejarte guiar.



jueves, 23 de abril de 2009

"Los jinetes" y el buzkashi: lo que se aprende leyendo...

En Afganistán también hay Madrid-Barça, lo que pasa es que no lo llaman así, por razones evidentes. Pero tienen partidos de esos denominados "de alto riesgo", en los que la rivalidad es tan sangrante que toda seguridad es poca. ¿Y por qué me ha dado a mí en pleno Día del Libro por hablar del deporte nacional afgano, el buzkashi? Tiene su explicación, claro: hace unos días terminé de leer la magnífica novela Los jinetes, del autor francés (nacido en Argentina y de padres rusos) Joseph Kessel (1898-1979).

Es una de las decenas de novelas a las que me acerco con cierto temor. Uno de esos libros que permanecen años y años en la estantería, que encienden mi atención pero para los cuales no encuentro el momento oportuno. Hasta que un buen día reciben el salvoconducto para entrar en mi vida. Es curioso, pero generalmente todas las novelas que despiertan en mí este sentimiento suelen entrar luego en la lista de mis predilectas. No daré ejemplos porque creo que he dado suficientes en el pasado, y seguirá habiéndolos en el futuro, imagino.

El caso es que el espacio en el que se desarrolla la acción (Afganistán) y el punto de partida de la narración (un juego a caballo típico de la región) me hacían intuir que abandonaría la lectura a las primeras de cambio. Y me volví a equivocar. Porque, bajo la apariencia de una historia costumbrista sobre el país asiático de los años 50, subyace una de las aventuras más sorprendentes de cuantas se han escrito. Hay de todo: lucha, amor, odio, represión, destrucción, salvajismo, heroicidad, superación, altruismo...

El buzkashi es el deporte nacional afgano: en un campo de juego de dos kilómetros de longitud, dos equipos de chopendoz (jinetes) se disputan la cabeza degollada de un carnero (o el carnero sin cabeza, depende de las versiones). El objetivo es hacerse con este despojo y cruzar todo el campo hasta llegar al otro extremo. El resto de participantes (incluso a veces del mismo equipo) no ponen las cosas fáciles. Todos quieren la gloria, pues no hay más recompensa que la superioridad sobre los demás. Para conseguirlo, vale todo: derribar del caballo, asestar golpes, interrumpir la carrera... Suele haber heridos; a veces, muertos. Es uno de los juegos más ancestrales y, precisamente por ello, más bestiales, más inhumanos; curiosamente, también es uno de los que mejor describen el ansia humana por conseguir un objetivo por encima de todo y de todos.



Pero este deporte es la anécdota a partir de la cual se nos cuenta la historia de Uroz, un prestigioso chopendoz que, a lomos del mejor semental, escapa de un hospital de Kabul, donde se recupera de las heridas sufridas en el buzkashi del rey (imagino que será como nuestra Copa del Rey). Acompañado de su (in)fiel ayudante, Mokkhi, recorrerá el país con una pierna destrozada, hasta su ciudad natal para huir de la deshonra y, sobre todo, para huir de sí mismo. Por el camino, habrá de sortear peligros desconocidos y otros muy cercanos, como la obsesión casi enfermiza de su escudero por deshacerse de él y así heredar el magnífico semental y el fajo de billetes que lleva su amo. Una mujer, Zeré, de enigmática belleza, se encargará de urdir el final de Uroz para lograr el amor de Mokkhi y, sobre todo, una riqueza que anhela más que cualquier otra cosa. ¿Llegará Uroz al final de su camino, soportará el semental un viaje tan duro? ¿Conseguirá la pareja de Mokkhi y Zeré su objetivo y despeñarán al héroe por lo más inferla del Indu-Kush?

En muchos pasajes me recordó al Quijote, salvando las distancias, claro, sobre todo por esa relación a veces destructiva con su escudero. Mokkhi es tan ignorante e influenciable como Sancho Panza, y a veces tan ladino y sagaz como él. A veces parece bueno y condescendiente, parece haber nacido para servir a su señor; otras, cualquiera diría que está pagado para destruirlo. Me parece sobrecogedora la manera en la que Kessel es capaz de hacer de un personaje como Mokkhi el paradigma del ser humano: la situación es la que nos hace buenos o malos, y todos podemos cruzar la frontera entre la bondad y la malicia cuando nos encontramos en las condiciones oportunas.

Ese personaje con dos caras, servicial y solidario cuando procede, brutal y despiadado cuando lo requieren sus objetivos, es el verdadero protagonista de la novela. Porque Uroz, el jinete, es un héroe que desde el principio sabe lo que quiere y luchará por conseguirlo, nunca duda. Pero Mokkhi es la incertidumbre personificada, el Gollum afgano, que anhela su tesoro pero, a la vez, teme acabar con quien lo transporta porque quizás eso no le permita disfrutar de lo que él cree que le pertenece.

Una galería inolvidable de personajes secundarios (el anciano contador de historias, la gitana con poderes, los solícitos nómadas del desierto), que van cruzándose con Uroz por el camino, redondea una historia que me parece tan épica como el viaje de Ulises hasta Ítaca, y tan fabulosa (por lo exótico) como la de Frodo por la Tierra Media.

lunes, 16 de marzo de 2009

"Siempre fiesta": En busca de una felicidad fingida

Una familia más o menos bien avenida se reúne para celebrar la Nochebuena. Como en todas estas reuniones, hay sonrisas hipócritas, comentarios desmedidos, intentos de reconciliación y, sobre todo, discusiones. Discusiones sobre cosas fundamentales y también sobre temas absurdos. Pero hay algo que une a todos los miembros: la necesidad de sentirse arropados por gente similar. La cena acaba, cada uno ocupa su lugar en la realidad, y se pierde esa sensación de cierta comunión con los demás. La cena termina y todo vuelve a ser como antes: los problemas, la hipoteca, el trabajo... Uno de los personajes no acepta el fin de esa cena. No puede soportar la idea de volver a la realidad, de tener que luchar de nuevo en el día a día. Se aferra a ese momento de felicidad fingida, a esa reunión de personas que se comprenden por debajo de sus trajes de indiferencia. No quiere que esa cena acabe, así que consigue se repita día tras día. Una Nochebuena sempiterna, en invierno, pero también en primavera, verano y agosto, un Día de la Marmota que supone la felicidad de una persona que se niega a reconocer la realidad; pero también supone el desequilibrio del resto de los miembros de esa cena.

A grandes rasgos, ése es el argumento de Siempre fiesta, la obra que cierra la trilogía imprevista de la Compañía Cuarta Pared, que ya nos ofreció montajes tan interesantes como Café y Rebeldías posibles. En principio, puede parecer un texto melodramático, y a ratos lo es, pero es sobre todo una comedia a veces triste sobre el microcosmos que cada uno se construye en su hogar, y que se convierte en una jaula de la que los personajes se niegan a salir por temor a la realidad. Es un cuento que nos relata un narrador como una fábula esópica; de hecho, los personajes no dejan de ser animales encerrados entre paredes de papel blanco que los actores se encargan de decorar al gusto con pintura y rotuladores, un recurso muy original que llama la atención porque es metáfora de lo que sucede en escena: ellos se construyen un espacio vital que sólo sirve para sus intenciones; fuera de allí, todo es caos y destrucción.

La compañía la componen los mismos actores que ya nos hicieron recapacitar sobre la sociedad de consumo en Rebeldías posibles. Y mantienen el mismo espíritu: diálogos rápidos y salpicados de humor, escenas tiernas y otras violentas, intercambios de personajes y escenografía sorprendente para que el público no pierda la oportunidad de entender que aquello es real, pero también fingido. Que los actores que presentan Siempre fiesta son eso, actores, y nada más. Pero que detrás hay algo mucho más profundo que una sonrisa o una buena actuación: hay un sentido muy vivo sobre lo que está pasando con nuestra sociedad, esa búsqueda actual de la felicidad a través de encerrarse en uno mismo y en lo conocido. El miedo a lo desconocido es algo ancestral.



Y hablando de encerrarse en uno mismo...

...tengo que entonar el mea culpa al reconocer que me daba mucho miedo enfrentarme a Ciudadano Kane. El sábado, hablando con mi amigo Adrián (que nos acompañó al teatro y con quien compartimos luego cañas, huevos rotos y otras viandas en La Latina), estuvimos de acuerdo en que uno no puede ver cine a la ligera, que necesita estar preparado para ver ciertas películas, que nuestro estado de ánimo debería ser decisivo en la elección. Y le dije que nunca me encontraba preparado para ver, por ejemplo, Ciudadano Kane. El domingo por la tarde me di cuenta de que el mero hecho de expresarlo, sacarlo afuera, había sido suficiente como para exorcizar los demonios de los que hablaba. Así que la puse.

Y descubrí una vez más que todo está conectado. Porque la cinta de Orson Welles también es una historia sobre un personaje que se empeña en buscar la felicidad encerrándose en sí mismo. La diferencia es que Kane se aprovecha de la realidad para construir poco a poco "su realidad". Es un personaje apasionante y apasionado, egoísta y destructor, pero tremendamente solidario y altruista al tiempo. Es el paradigma de las contradicciones, el bien y el mal, la virtud y el defecto encarnados en un hombre que se puede calificar de grande, pero también de pusilánime.

Aparte de que es evidente que técnicamente supuso un antes y un después en la historia del cine, porque esos grandes angulares y esa forma de hacernos ver la grandeza y bajeza del personaje a través de picados y contrapicados, de planos finamente estudiados, eran hasta entonces recursos utilizados pero poco exprimidos, a mí me pareció especialmente interesante la forma en que los personajes se relacionan entre sí, fingiendo en todo momento que son lo que no son, o intentando construirse ellos mismos un personaje, como si la vida fuera en realidad una película. Y lo es.

Me llegó muy hondo el hecho de que sea consciente, incluso en los últimos momento de su vida, de lo diferente que hubiera sido si se hubieran dado otras condiciones en su existencia. Porque es el fundamento de la película: todo hubiera sido distinto si uno (y los demás también, claro) no hubiera tomado ciertas decisiones. Creo que todos sabemos que hay algún Rosebud en nuestro pasado que, de haber sido diferente, hubiera cambiado el curso de nuestra vida. Él dice: "Si no fuera tan rico, quizás hubiera sido un buen hombre". Yo digo: "Si las cosas no fueran como son, quizás no seríamos lo que somos", algo que puede resultar de cajón pero que a veces no podemos entender.


lunes, 16 de febrero de 2009

Toda la verdad sobre el facebook (o feísbuc)

Cuando a uno le preguntan qué leches es eso del facebook (feísbuc dicho en cristiano), puedes tirarte media hora explicando el tema. Y el interlocutor suele responderte: "Qué gilipollez, ¿no?" Y aunque te duele porque llevas enganchado unas semanas, no puedes reprocharle nada porque tiene razón: es la mayor gilipollez que se ha creado nunca. Pero están apuntados millones de usuarios en todo el mundo (uno y medio en España), y tú eres uno de ellos. Así que se puede decir que eres gilipollas.

Me enviaron la semana pasada un pdf con algunas páginas del especial sobre feísbuc que publicó El Jueves hace un mes. No tiene desperdicio, porque precisamente se aglutinan en varias páginas todas esas cosas que uno querría explicar sobre la red social y que le es imposible porque no tiene la verborrea, el tiempo o la destreza suficiente para hacerlo. Leyendo esto uno se da cuenta de que el feísbuc es un poco una pérdida de tiempo. Pero hay algunas pérdidas de tiempo que son deliciosas. Y os dejo, que tengo que actualizar mi estado en feísbuc!

Facebook y El Jueves 1 1

miércoles, 21 de enero de 2009

Y así que pasen cien años

Parece que fue ayer, y ya han pasado nueve años. Bueno, en realidad han pasado diez desde que los revolucionarios (y ahora acomodados) chicos de Odisea Editorial decidieron poner en marcha una iniciativa pionera en España: el primer galardón literario para novelas con temática gay. Para mí han pasado nueve porque la efemérides en mi caso tiene que ver con la segunda edición, al año siguiente, en la que mi vida cambió.


Ha pasado el tiempo, y aunque la madurez impregna los recuerdos con una cierta sensación de distancia, no puedo dejar de emocionarme al recordar aquella llamada de Óscar, mi editor. Yo iba de camino a la facultad, en el autobús de línea, y la noticia me dejó tan alucinado que estuve a punto de bajarme en la siguiente parada, más que nada para saltar y gritar a mi antojo. No lo hice, pero imagino que la sonrisa que me acompañó durante todo el día era suficiente razón como para explicar que algo bueno me había sucedido.

Lo que vino después, la ola de presentaciones, entrevistas, promoción... es algo que recuerdo de manera agridulce porque aunque fue tremendamente agradable, también me agobió. Era muy joven y no estaba preparado para la fama, y eso que era una fama muy leve, superficial casi. Pero fama al fin y al cabo. Ahora siento algo de melancolía, y me dan mucha envidia los ganadores de este año porque sé que tendrán emociones muy similares a las que tuve yo. Quien no lo ha sentido no sabe de qué estoy hablando.

Ha pasado el tiempo. Diez años. Todo ha cambiado. La reivindicación del premio ya casi no tiene sentido. Pero queda mucho trabajo por hacer. Me siento muy orgulloso de haber formado parte de esa primera oleada de autores que marcaron precedente y, sobre todo, animaron a otros a seguir el mismo camino. Me consta que muchos (entre ellos, amigos muy cercanos) pensaron que si yo había estado ahí por qué no podrían estar ellos, y eso les hizo leer, escribir, e incluso algunos publicar.

A veces uno no hace las cosas porque cree que no tendrán ningún fruto. Hay que dar las gracias a Odisea Editorial porque, entre todas las cosas (buenas y malas) que han hecho en estos diez años, la más importante es incitar a los autores gays a que escriban porque sirve para algo. De hecho, sirve para mucho.

viernes, 9 de enero de 2009

STOP (the war)