martes, 19 de diciembre de 2006
El dolor
Es increíble cómo el dolor, en este caso de un cólico renal, puede convertirse en protagonista de cada hora que pasa.
Esta entrada, tan poco informativa, tan poco divertida, tan poco extensa y, sobre todo, tan poco recomendable, está dedicada a todos aquellos que pasan por aquí de vez en cuando y se preguntan por mi paradero. Ahora mi hogar es el dolor.
lunes, 27 de noviembre de 2006
Si os parece, así es

Lo cierto es que no se trata tanto de mostrar la sociedad cotilla y manipuladora en la que vivimos (y en la que parece que vivía el premio Nobel italiano, muerto en 1936), sino más bien en descubrir las causas verdaderas de esa situación: en realidad, los personajes están desdibujados, no están completos, precisamente porque huyen de sí mismos, no quieren conocerse, tienen miedo de sus acciones y pensamientos, son lo que son por lo que los demás dicen de ellos. No son personas, son personajes. No son humanos de carne y hueso, son las recreaciones que los demás construyen en su imaginación.

Nada más cercano a nuestra sociedad, en la que impera el qué dirán, la imagen por encima de todo, las apariencias. Viendo Así es (si así os parece) parece que asistimos a uno de los duelos de Salsa rosa o A tu lado, donde actores que interpretan a personajes que interpretan a personajes se enfrentan a otros actores con idénticos papeles. Es lo mismo, quizás con menos enjundia y clase que en el drama de Pirandello, pero es lo mismo.

Quizás a cambio de olvidarnos de nosotros mismos.
Los duelos de Salsa rosa, de A tu lado, se construyen sobre los mismos pilares. Y sobre los mismos supuestos. Y sobre la misma realidad: los espectadores huyen de sí mismos y de lo que los rodea; los espectadores sólo quieren saber el desenlace, la verdad de una situación que ni les va ni les viene, cómo acaba un drama que no les importa en absoluto.
Los espectadores sólo quieren descubrir qué papel juegan los personajes en cada obra, pero nunca se preocupan de qué papel juegan ellos mismos en ese drama.
viernes, 17 de noviembre de 2006
Las tropelías de Nuria Van Den Berghe
"Nuria no es homófoba"
Este artículo provocó la inmediata reacción de las asociaciones de gays y lesbianas de Ceuta y, al comprobar el poco éxito de sus denuncias,
"No me retracto"
también del resto de asociaciones de esta índole en toda España. Hasta el punto de que alguien que se califica de "cristiana" (habría que comprobar si Cristo la acogía en su seno), pide ayuda misericordiosa (por sentirse insultada y agredida, cosa que ella promueve desde su tribuna pública de Ceuta, eso sí, contra colectivos diferentes al suyo) en el Foro Nacional Populista (sic), con el objetivo de que los "cristianos" y "de derechas" como ella hagan algo:
Nuria pide ayuda en el Foro Nacional Populista
La página web del periódico para el que trabaja esta mujer "cristiana" ha habilitado incluso foros en los que se defiende o vapulea a la susodicha:
Todos contra Nuria
Sin duda, la reacción de algunas personas que la critican es desmesurada. Pero es que la libertad de expresión también tiene unos límites, y alguien que escribe en un medio de comunicación debería conocerlos, o al menos respetarlos al darse cuenta de que los has sobrepasado.
Y cuando no se dan estos supuestos, entra en marcha la justicia. Seguiremos informando...
P.D. Gracias a Abad de Carfax, sin cuyos jugosos comentarios este post no tendría sentido.
P.D.2. Y gracias de nuevo a Abad, y también a Lanarch, por ilustrarme sobre los procelosos cauces de los hipervínculos!
lunes, 13 de noviembre de 2006
Salvación y condena

Lo cierto es que empecé a leer Paula con el temor de que me afectara personalmente. Soy demasiado aprensivo e hipocondriaco como para pensar que la historia sobre una larga enfermedad que acaba en muerte no me va a sofocar. Precisamente por eso, ese libro, que compré hace unos diez años, ha vivido dos mudanzas, ha reposado en cuatro estanterías diferentes y sus páginas han empezado a amarillear. Cuando por fin me he atrevido a abrirlo, parecía más un libro de biblioteca que un volumen aún sin desvirgar.
Y sorprendentemente, ha provocado en mí una extraña sensación que no puedo definir como zozobra, sino más bien como paz. Sí, la inmensa carta que Isabel Allende escribe a su hija cuando ésta agoniza provoca una inmensa paz. Una sensación de que ya está: lo mejor es dejarse llevar. Lo mejor es dejar que se vayan aquellos a quienes amamos.
Porque los hombres tenemos un extraño apego a este mundo. Y eso hace que tengamos también una curiosa predisposición a impedir que los demás se vayan cuando deben (o quieren) irse. Sin darnos cuenta de que al fin y al cabo es un sentimiento egoísta: queremos que se quede porque lo necesitamos, no por su propio bien. De hecho, muchas veces (como en el caso de Paula), marcharse de este mundo es un gran alivio y, sin embargo, quien tiene en sus manos la decisión de dejar que se marche (en este caso, su madre) no está por la labor. En ese momento, no ve que la muerte sea una liberación; cree que será una condena. Cuando la verdadera condena es estar vivo.

Desde entonces, muchos de los que están ante la disyuntiva prefieren hacer como Marta: reclaman al salvador de turno que mantenga con vida a aquél que ya está más allá que acá. Y no se dan cuenta de que actúan movidos por el egoísmo. Porque, como Marta, lo que desean no es dar otra oportunidad a Lázaro; lo que quieren es no estar solos.
martes, 7 de noviembre de 2006
La última tribu urbana
La última tribu urbana que amenaza con revolucionar el extrarradio de las grandes ciudades se conoce como Los Canis. Sus señas de identidad son, a saber:
- Vestir de riguroso chándal de marca (pero no de marca Carrefour ni Alipende, sino marca marca, de Nike pa’rriba), incluso en eventos como bodas, comuniones y comidas de empresa.
- Calzar zapatillas de muelles (sic) también de marca marca (donde dice "muelles" entiéndase suela gorda y acolchada, en plan amortiguadores del coche).
- Colgarse todo el oro que uno pille por casa, incluida si se tercia la muela del malogrado tío Paco, si es que te tocó en herencia. Elegir sobre todo cordones de oro, anillos de sello, imágenes de santos... cuanto más ostentoso y barroco, mejor, pero siempre de oro.
- Tunear el coche y convertirlo en una feria ambulante, da igual el diseño y las posibilidades, lo que importa es la intención.
- Considerar el hip hop como una religión y adorar a sus sacerdotes sin ambages.
- Recurrir de manera más o menos habitual a la violencia con tribus contrarias y/o incompatibles.
Esta tribu ha aparecido en las afueras de Sevilla, y se confiensan enemigos a ultranza de los pijos, la tribu urbana a la que detestan y a la que pretenden responder con este look y esta actitud ante la vida.
A mí, qué queréis que os diga, me sigue pareciendo mucho más autóctono y agradable el típico señor de mediana edad que sale los domingos a por el periódico enfundado en su llamativo chándal de táctel del Decathlón, complementado con unos zapatos mocasines de los de borlas en la lengüeta. Al menos es más espontáneo.
Porque también hay señoras maduras y no tan maduras que lucen oro a la menor ocasión, que parece que han encontrado el tesoro de Salomón en la sección de embutido del supermercado y se lo han puesto encima para regresar en el Metro y no levantar sospechas.
El tunning está de moda, y muchos son los que se han apuntado al carro. El hip hop es un estilo cada vez más prestigioso. Y violentos siempre los ha habido, no es nada nuevo.
Así que quien tenga todas estas aficiones y entretenimientos, ya tiene adscripción cultural. Que no se sientan bichos raros porque ahora hay una tribu que los aglutina.
Yo seguiré odiando a los pijos, pero sin pasar a mayores.
jueves, 2 de noviembre de 2006
No hay orquesta

Una vida. Aquí. La mía. O la de cualquiera. Estamos viviendo lo que estamos viviendo. Pero quizás algo, un detalle, una causa pasajera, un absurdo elemental, quizás esa arruga temporal nos haría tener otra vida. Aquí. Ahora. La mía. O la de cualquiera. Otras vidas, en el mismo lugar. La misma cara, la genética por encima de todo, pero con otras peculiaridades.
Quizás estamos viviendo lo que estamos viviendo porque no estamos viviendo lo que no estamos viviendo.

Que nos coloca en la más absoluta indiferencia.

Silencio. No hay banda. There is no orchestra. Pero escuchamos una música. Todo está grabado. Y nosotros movemos los labios para cuadrar el play back, pero si no los movemos, la música sigue sonando.
(Apuntes reflexivos tras ver Mulholland drive, de David Linch).
viernes, 27 de octubre de 2006
El mayor espectáculo del mundo

Y lo digo porque mientras estás sentado en tu butaca, la cantidad de elementos que desfilan por la pista/escenario del Grand Chapiteau te aturullan y convierten en una máquina de gozar, sin permitirte en ningún momento desgajar todos esos sentimientos y disfrutarlos en pequeñas dosis. Es un espectáculo tan apabullante que a veces sientes miedo de no poder asimilarlo por completo (sobre todo si tienes al lado a alguien comiendo palomitas y sorbiendo refrescos carbonatados).


Un viaje que termina en invierno, con una nieve que todo lo cubre y que llega hasta el patio de butacas convertida en vendaval, en uno de los efectos técnicos más sorprendentes de esta obra (y eso es mucho decir). Una ventisca que borra toda la tristeza acumulada durante el número, pero que deja una marca imborrable en cada uno de los presentes.

El payaso triste sirve de contrapunto a todo el color, la pasión y la fuerza que desprenden el resto de números. Sirve como figura en la que todos nos vemos reconocidos, para descubrir que, al fin y al cabo, todos nosotros somos en realidad maestros de ceremonias en busca de contorsionistas, acróbatas y equilibristas que actúen en la pista/escenario de nuestro circo, con el objetivo de que nunca nos sintamos tan desolados como el payaso triste.
Por cierto, el que no vio en 1998 Alegría, no puede perdérselo ahora. Y el que lo vio, tampoco. Es único, sorprendente y fastuoso. Y muy caro.
martes, 24 de octubre de 2006
Amor en la oscuridad

La relación entre el pasado y lo que somos ahora es una fórmula tan precisa como cualquier ecuación matemática. Y ése es uno de los fundamentos principales de esta obra, más cercana al ensayo sobre la naturaleza humana que a una autobiografía al uso. Oz (como el mago, pero con menos artificios) recorre sus primeros años de vida, hasta su ingreso en un kibutz (comuna israelí), y lo hace desde la humilde perspectiva de un niño criado entre eruditos y sabios, pero sin un lugar donde caerse muerto. Su familia es un clan romántico en pleno siglo XX, que aún sueña con la llegada de un futuro mejor para la comunidad, cuando todos los elementos hacen pensar en una desgracia tras otra.
Pero lo más interesante es la anómala relación entre el niño y sus padres, y sobre todo entre sus padres, una relación basada en el amor y, sobre todo, en la oscuridad, pero una oscuridad no sólo metafórica, sino también física, algo tan tangible como las tinieblas. La madre sufre unas terribles jaquecas que le impiden conciliar el sueño, por lo que pasa los días y las noches sentada en una silla frente a la ventana, en una oscuridad casi total que impregna a los objetos y a las personas que la rodean. Ella vive en la oscuridad, pero tampoco hace nada por dejar de vivir en ella. Quiere vivir allí.
La lucha entre el amor y la oscuridad, entre el afecto parental y lo tenebroso de las relaciones humanas se convierte en materia original para sus novelas y, sobre todo, para su actitud ante la vida. Porque a otra escala, quizás sin una forma tan física de la oscuridad, todos en mayor o menor medida hemos sentido esa tensión entre el amor y la oscuridad. Todos podemos contar nuestra infancia, nuestra juventud, nuestra madurez, en definitiva, nuestra vida, desde la perspectiva que nos han dado los amores y las oscuridades que han protagonizado los momentos más intensos de nuestro paso por este mundo. Es más, creo que uno se construye a sí mismo más a través de las oscuridades que de los amores, porque no hay mal que por bien no venga.
Lo importante es que ni Oz ni ninguno de nosotros se ha planteado nunca vivir en la oscuridad, en la física y en la mental, porque no es sano ni llevadero.
Apagar la luz, sentarse en una silla al lado de la ventana, mirar cómo cae la lluvia sobre los adoquines y dejar que el tiempo pase. Ayer hice esto y me sentí como se debió sentir su madre. Pero al rato me levanté, bajé la persiana, encendí la luz y volví al amor. Al amor de mi hogar. A mi amor. Ella, su madre, nunca se levantó, nunca apartó la vista del exterior, de lo que ella no era, nunca encendió la luz de su interior ni volvió al amor. Al amor de su hogar. A su amor.

Sin respuesta.
viernes, 20 de octubre de 2006
La (mala) educación
Lo digo porque yo, cuando estoy aburrido, me planteo retos absurdos y ridículos que nadie entiende, salvo yo, que al fin y al cabo es lo que me importa. Por ejemplo: esta mañana en el autobús. Me siento al lado de un chaval. Saco mi libro y me pongo a leer. Al rato, se acerca una parada y compruebo, por los preparativos previos, que el chaval va a salir en ella. Yo estoy sentado al lado del pasillo, así que es necesario que me levante para dejarle pasar. En los segundos que quedan para el desenlace de la situación, invento mi reto del día: no le dejaré pasar si no me lo pide por favor. Es más: no le dejaré pasar si no me habla.
¿Qué extraño hábito nos ha convertido en animales que van en camiones de matadero directamente hacia el despiece?
Así que ahí estaba yo, con mi libro abierto por la página 299, en plena escena de tensión, y con un tipo a mi lado, semiincorporado en su asiento, esperando que salga, encabronado ya... pero eso sí, sin despegar los labios.
Muy bien, pues ahí te quedas. El autobús para y el chaval, que está muy nervioso porque ve que no le da tiempo, me empuja levemente con sus piernas. Entonces levanto ligeramente la vista y hago un gesto con la cabeza, en plan: "Qué". Y entonces compruebo que no es mudo, ni sordo, sino sólo antipático:
- Que me dejes salir -dice, con esa voz que sólo tienen los estúpidos.
- Querrás decir por favor -digo, las puertas a punto de cerrarse.
- Por favor.
Sólo la seguridad de que una discusión le hará llegar tarde al trabajo hace que diga las dos palabras mágicas y provoque mi reacción inmediata. Yo me levanto, él tiene libre la salida, las palabras mágicas han surtido su efecto.
Mañana enseñaré a otro antipático a que el resto de los mortales estamos deseando escuchar su estúpida voz.
miércoles, 18 de octubre de 2006
Uno lee porque le pasa algo


El escritor Juan José Millás acaba de presentar su nueva novela, Laura y Julio. Estoy deseando leerla porque Juanjo siempre me ha parecido especial y al terminar de leer sus obras siempre se te queda ese regusto como de querer más. Son novelas que enganchan, pero no enganchan al libro como tal, sino a la literatura en general. Son novelas que invitan a seguir descubriendo otros mundos y, a los que tenemos cierta propensión a escribir, invitan también a lanzarse en pos de la aventura de crear.
En la presentación de su novela, Millás dijo una de las frases que más hondo me han llegado en los últimos tiempos:
Nunca me había parado a pensar en eso, pero en aquel momento, y ahora más aún, pienso que uno se toma un libro como el que recurre a las pastillas para dormir: con el objetivo de curarse de algo."Uno lee porque le pasa algo. Igual que te tomas un medicamento cuando te pasa algo físico, así comienzas a leer cuando te pasa algo menos físico".
De lo que uno se cura al leer es, sin duda, del tedio, del aburrimiento, pero sobre todo de la incomprensión del mundo que nos rodea. Uno empieza a leer novelas porque nada ni nadie te ha explicado las cosas que de verdad importan en la vida.
Yo comencé a leer porque preguntaba demasiado y no siempre me respondían, porque soñaba despierto y tenía pesadillas de noche, porque me resfriaba más que nadie, porque tenía asma, porque me superaba la estupidez de los que me rodeaban, porque era un niño precoz, porque me dolía serlo, porque me sentía especial (como Millás).
Empecé a leer porque no entendía a los adultos pero tampoco a los niños.
Empecé a leer porque el aroma de un libro nuevo era la mejor medicina; porque el delicioso perfume de la tinta recién impresa en hojas aún sin desvirgar suponía un antídoto perfecto contra la estúpida realidad.
"Y uno escribe por lo mismo: porque le pasa algo", dijo también Millás. Y es cierto. Cuando uno ha descubierto cosas que nadie más ha encontrado gracias a la lectura, decide descubrirse a sí mismo a través de una actividad que es más onanista que una masturbación y más esclarecedora que cualquier religión.
Leer es una medicina.
Escribir es toda una terapia.
lunes, 16 de octubre de 2006
El público

Anoche vi en el teatro Alfil la obra "Mi misterio del interior", de la compañía Ron Lalá. Son cinco muchachos un poco chalados que hablan sobre lo divino y lo humano y lo acompañan con una serie de temas musicales, a cuál más irreverente y sorprendente. Es un texto ágil y muy fresco, pero no fue eso lo que me ha hecho dedicarles un hueco en este blog.
En un momento de la representación, los actores pasan a un segundo plano, se convierten en espectadores; y el público se transforma en el verdadero protagonista, en el principal personaje de un guión que no está escrito. Es un momento espeluznante de verdad porque cada espectador se siente seguro mientras no se modifique su actitud pasiva, pero de repente surge la tensión de un cambio: ¿y si el público fuera en realidad el protagonista del montaje?
Uno de los espectadores asediados por esta situación levanta las manos con las palmas hacia arriba, en señal de sumisión, dejándose hacer. En realidad, todos tememos que nos toque a nosotros, no queremos dejar de ser sujetos pasivos, nos encanta el papel de observadores y no agentes. Todos nosotros podemos tener nuestro minuto de gloria, convertir nuestro gusto por el teatro en algo más profundo, en una actuación a pequeña escala. Pero el miedo al ridículo, el terror que tenemos ante lo desconocido nos hace retreparnos en nuestros asientos y desear con todas nuestras fuerzas que no seamos nosotros el objetivo del próximo gag.
Seguro que entre todos los espectadores que ayer abarrotaban la sala había alguno deseoso de fama y gloria, un alma subversiva que se sintió decepcionado cuando comprobó que no era él el elegido. En cierto sentido, tengo envidia de ese tipo de personas. Porque yo también me acoracé en mi butaca y me quise hacer pequeñito para no ser protagonista, cuando en realidad lo interesante es cambiar y ser, por un día, el actor de una obra que entraste a ver como espectador.
Quizá algúna día me atreva.
P.D. Por cierto, muchas gracias a los incondicionales que dejan su granito de arena en este blog. Sin ellos tal vez ya hubiera tirado la toalla.
miércoles, 11 de octubre de 2006
El suplicio



Ahora me cuesta afeitarme un triunfo, un dolor, una pasión. Me paso los días con una pereza rayana en la obsesión. Lo voy postergando, como las tareas insidiosas, y al final acabo por hacerlo deprisa y corriendo, cuando no tengo más remedio, cuando tengo una cita (con el de siempre, con mi ángel) o cuando tengo otro compromiso.
Afeitarse es un suplicio. Mi padre tenía razón. En general, mi padre siempre tiene razón, lo que pasa es que cuesta darse cuenta. Cuesta un esfuerzo y, sobre todo, un tiempo. Ahora, años después de verle y escucharle diariamente, me doy cuenta de que, en general, mi padre tenía razón. Lástima que sea demasiado tarde para hacerle caso. Sobre todo en el afeitado.
martes, 10 de octubre de 2006
A veces
Me gustaría ser ignorante, destacar por mi falta de comprensión, ser un idiota para los demás y, sobre todo, para mí mismo.
A veces me duele saber más que los demás.
Me gustaría no tener ni idea de las cosas que me rodean, enterarme el último y demostrar que no me importa.
A veces me duele saber más que los demás... y ser menos que nada.
(Una página web para saber más que los demás: www.todoexpertos.com No hay pregunta sin contestar. De nada)
viernes, 6 de octubre de 2006
Papeles entre papeles
Claro, es que varios relatos míos, del año de la tos, encontrados entre otros papeles, seguro que más importantes, es algo que me recuerda muchas cosas, un pasado que tal vez nunca debí olvidar tanto. Porque es lógico que Adrián encuentre unos relatos míos por su casa y no recuerde que los tenía por ahí. Pero no es tan natural que yo no lo recuerde, que no recuerde qué relatos puedan ser, que no pueda ponerles imagen, voz, modales ni pensamiento. Sobre todo cuando estoy seguro de una cosa: muchas de las historias de esos relatos, muchos de los personajes de eos cuentos forman parte de los relatos posteriores, de lo que escribí luego y que aún no he olvidado. Es una pena, pero es así.
Habrán pasado cinco, diez, doce años desde que dejé a Adrián esos relatos. Uf, echas la vista atrás y te das cuenta de que han pasado tantas cosas, tu vida se ha convertido en un relato tan verdadero, que aquellos que escribías han perdido el sentido. El sentido, pero no el valor. Creo que para Adrián significa mucho, tal vez más incluso que para mí. Más que nada porque, con el tiempo, han dejado de ser míos para convertirse en algo suyo. La pátina del tiempo ha amarilleado sus apuntes de química lo mismito que las páginas de mis cuentos; la humedad de su cuarto ha hecho mella sobre la calidad del papel, igual en las viejas facturas como en esos relatos... Al final, todo se ha convertido en la misma celulosa con la que traer al presente retazos del pasado. Todo es lo mismo.
Cuando volví a casa ayer, después de leer su correo, hojeé de nuevo algunos buenos libros que tenía olvidados en las estanterías. Ojo: tenía olvidados los libros; nunca olvidaré sus contenidos. Qué lástima no tener los correos electrónicos de todos esos autores para escribirles y, con la misma añoranza que Adrián, decirles: "He encontrado entre mis cosas varios relatos tuyos".
De qué va este blog
En otras palabras, de las cosas que me joden y las que me dan gustito, que al fin y al cabo es a lo que se reduce todo el mundo que nos rodea.
O no?
Crear un blog es como tener un hijo
Yo no tengo hijos. Antes de tenerlos, crearé un blog.
Para luego saber cuán difícil será procrear. Tal vez cuando vea crecer a mi blog, madurar, que fracase o que se sumerja en las mieles del éxito... Tal vez entonces decida que merece la pena tener un hijo como mereció la pena crear un blog. Tal vez.
O tal vez no.
Hay padres que, al nacer el niño, buscan parecidos con familiares e incluso amigos para ponerle el nombre y marcarle de por vida.
Al crear este blog, le he buscado un parecido con algo que conozca. Y lo he encontrado: se parecerá a los pedazos de mi vida, a los trozos de mi existencia, lo que me rodea y lo que soy yo, los mordiscos de la realidad: reality bites.
Pero fui al registro civil y no me dejaron porque ya estaba elegido por otro usuario de blogger. Oooooh.
Y he decidido jugar con las palabras, algo que llevo haciendo desde que era niño, cuando empecé a escribir cuentos que leía a las visitas. Los mordiscos de realidad se han convertido en un BIT DE REALIDAD: reality bit.
El niño ha pesado 21 KB en word. A ver cómo se me cría.