
Lo de los niños es fácilmente explicable: todos sabemos que el primer contacto de un niño con el fuego se produce cuando acerca los deditos a la llama y comprueba que esa luz indescriptible que es tan atrayente y atractiva en realidad produce dolor: "Mamá, pupa", y todos se ríen, sin darse cuenta de que es uno de los primeros traumas de la infancia. Los padres suelen decir que es bueno ese aprendizaje. Es una de las primeras tomas de conciencia sobre una paradoja que se repetirá a lo largo de su vida: a veces las cosas más hermosas hacen daño.
Peter Kien, el protagonista de Auto de fe, también siente una extraña obsesión por el fuego. Pero lo suyo es enfermizo, una paranoia que le lleva al insomnio, a la locura, y finalmente a la destrucción. Está tan preocupado porque su vastísima biblioteca no se prenda fuego que todos sus actos y pensamientos van encaminados a que, finalmente, se prenda fuego. Es como el hipocondriaco que se cree enfermo y cuya actitud negativa le lleva a menguar sus defensas de tal manera que, al final, cae enfermo. Y no contaré más porque destriparía la novela, si no lo he hecho ya, que creo que sí.Esto viene a cuento de que hace una semanas recibí una postal de mi amigo Adrián, que está en Bristol, no de vacaciones, sino investigando (yo tengo amigos que investigan, fíjate). He hecho una foto a la postal, y aquí está. Se trata del gran balneario de Weston-Super-Mare. Según sus propias palabras, es una zona "horrible", "cuando llegamos y vimos esto entendimos por qué van a España a la playa". Adrián es así de salao, no es el típico investigador serio y circunspecto que te cuenta la vida desde su prisma de científico. Es más bien mundano, por no decir barriobajero. Se crió en las mismas calles que yo, así que eso lo explica todo.
Antes de ayer, viendo las noticias, me sorprendí contemplado esta misma imagen, desde el mismo ángulo: el balneario de Weston-Super-Mare, pero envuelto en llamas. Yo estaba cenando unas croquetas, y mi amor complementario dijo de repente: "¿De qué me suena a mí eso?", señalando con su tenedor la pantalla de la tele. Miré las imágenes, después giré la cabeza 45 grados y vi la postal, sostenida como por arte de magia en el aparador del mueble. Respondí: "Te suena de eso", indicando la postal que envió Adrián. Este diálogo de besugos ("De qué me suena eso", "Te suena de eso") tiene su gracia si se visualiza; si no, es una mierda.Estuve cambiando de cadena durante una media hora, buscando más imágenes sobre el siniestro, descubriendo nuevos ángulos, disfrutando de las llamas como un niño, pero sin acercarme a ellas. Dándome cuenta de lo hermoso que es ver arder un edificio tan grande. Es bellísimo, aunque sea una desgracia. También pensé en las coincidencias. En Adrián, dos semanas antes, asegurando que la zona es horrible. Ahora, el gran balneario es un amasijo de madera, hierros y bañeras de loza, todo echado a perder.
Escribo a Adrián, un poco excitado (por la noticia, por las imágenes, no por nada más), le cuento lo que pasó durante la cena del lunes, y me responde, con su habitual humor de chico sencillo, pero analítico: "Era un lugar para vejestorios, pero bueno, también tienen derecho los jubilados a pasárselo bien, no?" Adri es un crack. En el mismo correo, me envía un tango del compositor Astor Piazzola. Adrián, además de filántropo, también es un amante de la buena música, y tiene la colección más grande que yo he visto nunca. Aunque no he visto muchas, la verdad.
Las coincidencias, que salpican mi vida y la dotan de cierta diversión (no mucha tampoco, no lo soportaría), hace que en el momento en que abro el archivo del Libertango de Piazzola, justo en ese momento, veo un vídeo en youtube con fotografías impresionantes sobre el incendio del gran balneario. El vídeo no tiene sonido, así que dejo el tango sonando de fondo, y compruebo que ambos archivos (las fotografías danzando al son de la música) son tan complementarios que parecen hechos el uno para el otro.
Quien quiera experimentar esa misma sensación, que ponga a cargar ambos archivos a la vez, verá que lo que digo es cierto. ¡Y quien no quiera, también, que me ha costado un triunfo subir un archivo de audio, coño!