El caso es que me propuso una presentación conjunta. Malo, pensé, con la misma poca ilusión con la que empecé a pensar antes. "La idea es presentar en una primera parte la novela de Pablo Castro, Hollywood life; y en la segunda parte presentar la tuya. Y que ambos presentéis la novela del otro, al alimón o alanaranja, como queráis". Malo malo, volví a pensar.

Pero ahí no acababa la cosa. "Apunta el correo de Pablo Castro y hablas con ella". ¿Cómo que "con ella"? Esto ya no fue pensado con desilusión, sino con cierta rechufla: mi novela habla, en parte, de un chico que descubre que en realidad es una chica a la mitad de la trama, con los jaleos que conlleva eso, sobre todo con su novio, que ha tardado en aceptar su homosexualidad y, cuando lo hace, se epata al pensar que en realidad nunca fue gay, siempre estuvo enamorado de una chica, pero con el cuerpo equivocado. "Sí, es Nuria, que escribe bajo seudónimo". Malo malo malísimo, repensé, dispuesto a colgar el auricular en el transcurso de los siguientes dos segundos. Sin embargo, por esa educación que no sé de dónde aprendí, seguí al teléfono, y al final la cosa cuajó.
Cuajó de tal modo que al recibir Hollywood life en mi casa, lo empecé a leer. Y no me enganchó nada. Pero cuando llevaba leídas unas 15 o 20 páginas, sentí algo. Una vibración interior, una pulsión inesperada, como si me hubieran pinchado de repente con una aguja hipodérmica y me hubieran inyectado de golpe una buena dosis de adrenalina. Los personajes de la novela son primos hermanos, por no decir hermanos directamente, de los protagonistas de Tu otra mitad. Dicen, hacen, piensan lo que a veces dicen, hacen y piensan mis criaturas. Incluso algunas escenas me gustaron tanto que creí que las había escrito yo.
Pensé que últimamente paso demasiadas horas solo y que eso me está trastornando de manera preocupante. Así que llamé a Pablo Castro, metamorfoseado en una mujer, y le conté muy superficialmente lo que estaba sintiendo. Pero ella se desnudó totalmente y se mostró eufórica ante las similitudes de ambas novelas. Así que me desaté y yo también le dije que estaba alucinando. Hablamos, sobre todo, de las casualidades, del destino (de nuestros destinos, pero también del azar que es común a nuestros libros), y del buen ojo del editor para hacernos coincidir. Y también estuvimos de acuerdo en que no solemos leer novelas publicadas por Odisea, y que ambos seríamos desconocidos para el otro si no fuera por este agradable encuentro.
