Muchas personas tienen la necesidad de conocer y descubrir la verdad de lo que los rodea porque así creen sentirse más seguros de sí mismos. Pretenden comprender todo su entorno para estar cómodos en él, sin pensar que quizás la comodidad más segura es aquella que nos ofrece el conocimiento de nuestro propio carácter.

Este razonamiento viene a cuento de una obra de teatro que vi ayer,
Así es (si así os parece),
una sátira sobre el cotilleo llevado a su extremo más violento. La obra, de Pirandello, puede verse en versión de Miguel Narros en el teatro Valle-Inclán de Madrid, gracias al Centro Dramático Nacional.
Julieta Serrano en el papel de suegra desquiciada por los celos de su yerno es suficiente motivo para darse una vuelta por allí. Se rumorea que la señora Frola no puede ver a su hija, casada con el señor Ponza, por un turbio asunto que nadie conoce a ciencia cierta, pero del que todos opinan como si les fuera la vida en ello.
Lo cierto es que no se trata tanto de mostrar la sociedad cotilla y manipuladora en la que vivimos (y en la que parece que vivía el premio Nobel italiano, muerto en 1936), sino más bien en descubrir las causas verdaderas de esa situación: en realidad, los personajes están desdibujados, no están completos, precisamente porque huyen de sí mismos, no quieren conocerse, tienen miedo de sus acciones y pensamientos, son lo que son por lo que los demás dicen de ellos.
No son personas, son personajes.
No son humanos de carne y hueso, son las recreaciones que los demás construyen en su imaginación.

Como queda patente al final de la obra,
los habitantes de esa ciudad en la que el rumor es el deporte local están encerrados dentro de un escenario, la imaginación de los demás, y no pueden escapar de él. Nosotros vemos a unos actores sobre el escenario, pero en realidad lo que estamos viendo es un reparto que interpreta a unos personajes que interpretan a unos personajes. Los actores no son los personajes:
son unos personajes que interpretan a los personajes.
Nada más cercano a nuestra sociedad, en la que impera el qué dirán, la imagen por encima de todo, las apariencias. Viendo
Así es (si así os parece) parece que asistimos a uno de los duelos de
Salsa rosa o
A tu lado, donde actores que interpretan a personajes que interpretan a personajes se enfrentan a otros actores con idénticos papeles. Es lo mismo, quizás con menos enjundia y clase que en el drama de Pirandello, pero es lo mismo.

Pero lo más inquietante es que ayer, después de dos horas de tiras y aflojas de los personajes, después de mil elucubraciones sobre las razones que pueden llevar a un hombre a no permitir el encuentro entre su mujer y su suegra, todos los espectadores estábamos ansiosos por conocer el final, desquiciados ante la posibilidad de llegar a la verdad. Digo que es inquietante porque me di cuenta de que
nos habíamos convertido en otro personaje más de la obra, estábamos dispuestos a conocer la verdad al precio que fuera.
Quizás a cambio de olvidarnos de nosotros mismos.
Los duelos de
Salsa rosa, de
A tu lado, se construyen sobre los mismos pilares. Y sobre los mismos supuestos. Y sobre la misma realidad:
los espectadores huyen de sí mismos y de lo que los rodea; los espectadores sólo quieren saber el desenlace, la verdad de una situación que ni les va ni les viene, cómo acaba un drama que no les importa en absoluto.
Los espectadores sólo quieren descubrir qué papel juegan los personajes en cada obra, pero nunca se preocupan de qué papel juegan ellos mismos en ese drama.