jueves, 4 de junio de 2009

Odio a Luisgé Martín

Odio a Luisgé Martín. Con todas mis fuerzas. Lo odio porque ha escrito la mejor novela que he leído en este 2009 y, aunque aún quedan otros seis meses para que acabe, me temo que será la mejor novela de las que aún me quedan por leer. Odio a Luisgé Martín por haber madurado tan bien, literariamente hablando. Físicamente también ha madurado bien, pero ése no es el tema. Lo odio, con ese odio despreciativo y envidioso que a veces sentimos los autores hacia quien creemos superior. Hacia quien es superior, qué coño.

Odio a Luisgé Martín. Lo odio porque me ha mantenido cuatro días sin salir de casa, devorando las páginas de Las manos cortadas como si se tratara de sushi de buena calidad, a bocados grandes y crudos. Recostado en el sofá, sentado en una silla, tumbado en la cama. Con su novela en el regazo, como único alimento. Lo odio porque pocas veces he disfrutado tanto con un libro. Y cuando uno siente ese gozo indescriptible con obras clásicas, con un Dostoievski, con un Canetti, tiene esa idea estúpida de que no los puede odiar ni envidiar porque al fin y al cabo están muertos y escribieron sus obras hace más tiempo del que yo podría recordar. Pero Luisgé está más vivo que nunca, y para colmo de males lo conozco personalmente, y podría decir que es un buen amigo, aunque en la distancia, y eso me hace odiarlo aún más profundamente. A Luisgé no me queda más remedio que odiarlo.

Las manos cortadas narra la trepidante aventura de un escritor que se ve envuelto en extraños sucesos durante una visita a Chile para promocionar su última novela. Lo que parece una mera anécdota se convierte en un viaje sorprendente hacia el corazón del país y, sobre todo, hasta los episodios más desagradables de la historia chilena reciente: el golpe de estado de Pinochet, los últimos días de Allende, la lucha entre el bien y el mal, ese lugar común que es algo tan universal como el amor o el dolor.

No destriparé nada más sobre la novela porque es una de esas joyas que merecen ser descubiertas poco a poco. Sólo diré que me subyugó esa pericia para presentar una misma realidad desde diferentes puntos de vista. Y algo común en el autor, que me sorprendió en Los amores confiados y que aquí me resulta un magnífico sello de identidad: hay historias, personajes, escenas, que no parecen tener mucho que ver con el argumento general; sin embargo, todo tiene su explicación, el autor exige una paciencia, un trabajo suplementario al lector que es la clave de que nos mantenga enganchados desde las primeras páginas.

Ahora pienso qué hubiera sucedido si aquel día de junio de hace dos años no hubiera respondido al requerimiento de Luisgé Martín, que me llamó por teléfono para incluir mis opiniones sobre la denominada "literatura gay" en un reportaje que estaba confeccionado para la revista Zero. Él había leído una novela mía, pero yo ninguna suya, lo que son las cosas. A raíz de aquel contacto, devoré Los amores confiados y le dije la verdad: que me encantaba su forma de escribir. Descubrí a uno de los que ahora son mis autores favoritos. Y comencé a odiarlo un poquito, la verdad.

Dicen que del amor al odio hay un paso. Imagino que al revés también es válido el aforismo. Así que se puede decir que lo odio casi tanto como lo adoro. Porque es imposible no adorar a alguien que te hace pasar unos ratos tan agradables de lectura. Porque es imposible no disfrutar de la buena literatura. Porque es imposible no experimentar esa sensación de estar leyendo algo único, algo especial, algo que muchos, lamentablemente, se perderán.

Adoro a Luisgé Martín.



Nota: Por cierto, aprovechad la Feria del Libro de Madrid, Luisgé estará firmando en ella, como es lógico, pinchad aquí para ver las fechas y las casetas en las que estará. Yo tendré que hacer malabarismos para encontrarlo en alguna de sus firmas porque quiero (y necesito) hacerme ya con Los oscuros.

2 comentarios:

Peritoni dijo...

vaya, lo apunto en mi listilla de libros próximos...
gracias.

Thiago dijo...

Ya sabía yo que había trampa en el título de tu post, pq tu no eres capaz de odiar..., pero si de levantar el interés, jaja

Bezos