jueves, 23 de abril de 2009

"Los jinetes" y el buzkashi: lo que se aprende leyendo...

En Afganistán también hay Madrid-Barça, lo que pasa es que no lo llaman así, por razones evidentes. Pero tienen partidos de esos denominados "de alto riesgo", en los que la rivalidad es tan sangrante que toda seguridad es poca. ¿Y por qué me ha dado a mí en pleno Día del Libro por hablar del deporte nacional afgano, el buzkashi? Tiene su explicación, claro: hace unos días terminé de leer la magnífica novela Los jinetes, del autor francés (nacido en Argentina y de padres rusos) Joseph Kessel (1898-1979).

Es una de las decenas de novelas a las que me acerco con cierto temor. Uno de esos libros que permanecen años y años en la estantería, que encienden mi atención pero para los cuales no encuentro el momento oportuno. Hasta que un buen día reciben el salvoconducto para entrar en mi vida. Es curioso, pero generalmente todas las novelas que despiertan en mí este sentimiento suelen entrar luego en la lista de mis predilectas. No daré ejemplos porque creo que he dado suficientes en el pasado, y seguirá habiéndolos en el futuro, imagino.

El caso es que el espacio en el que se desarrolla la acción (Afganistán) y el punto de partida de la narración (un juego a caballo típico de la región) me hacían intuir que abandonaría la lectura a las primeras de cambio. Y me volví a equivocar. Porque, bajo la apariencia de una historia costumbrista sobre el país asiático de los años 50, subyace una de las aventuras más sorprendentes de cuantas se han escrito. Hay de todo: lucha, amor, odio, represión, destrucción, salvajismo, heroicidad, superación, altruismo...

El buzkashi es el deporte nacional afgano: en un campo de juego de dos kilómetros de longitud, dos equipos de chopendoz (jinetes) se disputan la cabeza degollada de un carnero (o el carnero sin cabeza, depende de las versiones). El objetivo es hacerse con este despojo y cruzar todo el campo hasta llegar al otro extremo. El resto de participantes (incluso a veces del mismo equipo) no ponen las cosas fáciles. Todos quieren la gloria, pues no hay más recompensa que la superioridad sobre los demás. Para conseguirlo, vale todo: derribar del caballo, asestar golpes, interrumpir la carrera... Suele haber heridos; a veces, muertos. Es uno de los juegos más ancestrales y, precisamente por ello, más bestiales, más inhumanos; curiosamente, también es uno de los que mejor describen el ansia humana por conseguir un objetivo por encima de todo y de todos.



Pero este deporte es la anécdota a partir de la cual se nos cuenta la historia de Uroz, un prestigioso chopendoz que, a lomos del mejor semental, escapa de un hospital de Kabul, donde se recupera de las heridas sufridas en el buzkashi del rey (imagino que será como nuestra Copa del Rey). Acompañado de su (in)fiel ayudante, Mokkhi, recorrerá el país con una pierna destrozada, hasta su ciudad natal para huir de la deshonra y, sobre todo, para huir de sí mismo. Por el camino, habrá de sortear peligros desconocidos y otros muy cercanos, como la obsesión casi enfermiza de su escudero por deshacerse de él y así heredar el magnífico semental y el fajo de billetes que lleva su amo. Una mujer, Zeré, de enigmática belleza, se encargará de urdir el final de Uroz para lograr el amor de Mokkhi y, sobre todo, una riqueza que anhela más que cualquier otra cosa. ¿Llegará Uroz al final de su camino, soportará el semental un viaje tan duro? ¿Conseguirá la pareja de Mokkhi y Zeré su objetivo y despeñarán al héroe por lo más inferla del Indu-Kush?

En muchos pasajes me recordó al Quijote, salvando las distancias, claro, sobre todo por esa relación a veces destructiva con su escudero. Mokkhi es tan ignorante e influenciable como Sancho Panza, y a veces tan ladino y sagaz como él. A veces parece bueno y condescendiente, parece haber nacido para servir a su señor; otras, cualquiera diría que está pagado para destruirlo. Me parece sobrecogedora la manera en la que Kessel es capaz de hacer de un personaje como Mokkhi el paradigma del ser humano: la situación es la que nos hace buenos o malos, y todos podemos cruzar la frontera entre la bondad y la malicia cuando nos encontramos en las condiciones oportunas.

Ese personaje con dos caras, servicial y solidario cuando procede, brutal y despiadado cuando lo requieren sus objetivos, es el verdadero protagonista de la novela. Porque Uroz, el jinete, es un héroe que desde el principio sabe lo que quiere y luchará por conseguirlo, nunca duda. Pero Mokkhi es la incertidumbre personificada, el Gollum afgano, que anhela su tesoro pero, a la vez, teme acabar con quien lo transporta porque quizás eso no le permita disfrutar de lo que él cree que le pertenece.

Una galería inolvidable de personajes secundarios (el anciano contador de historias, la gitana con poderes, los solícitos nómadas del desierto), que van cruzándose con Uroz por el camino, redondea una historia que me parece tan épica como el viaje de Ulises hasta Ítaca, y tan fabulosa (por lo exótico) como la de Frodo por la Tierra Media.

4 comentarios:

Stultifer dijo...

Eso es para hacer buen queso después. Agitar antes de usar.

Peritoni dijo...

Me la apunto en la lista junto a John Connolly y Haruki Murakami...

Vulcano Lover dijo...

suena interesante... pero, recónocelo, no es un poquito dura la novela esta?

Tomás Ortiz dijo...

Stultifer, queso de gran calidad, sí, señor.

Peritoni, yo es que creo que Murakami está sobrevalorado. Me gusta, pero no creo que se merezca el pedestal en el que está.

Vulcano, ¿dura en qué sentido? El tema es muy duro, el argumento es algo violento, y el estilo en sí no es de los que enganchan en el Metro. Pues sí, me respondo yo sólo, es dura en todos los sentidos.