lunes, 25 de mayo de 2009

Una serie "incómoda"

Estoy enganchado a la serie A dos metros bajo tierra. Hace unos nueve años que se estrenó y la zanjaron con cinco temporadas (yo estoy comenzando a ver la tercera), así que se puede decir que la estoy disfrutando como los buenos vinos, cuando llevan una temporada envejeciendo en barrica. Y como los buenos vinos, se paladea sorbo a sorbo, admirando cada matiz, sorprendiéndose con cada nueva sensación.

Me parece de una factura sobresaliente. Esa sencillez calculada al milímetro, que es mucho más compleja que el barroquismo de ciertas otras series, me subyuga. No es fácil que un decorado, y más tan lejano como pueda parecer una funeraria familiar, se convierta en algo tan personal, tan cercano, tan sencillo como cualquier hogar reconocible por esos pequeños detalles. Se redondea con unos guiones excelentes, construidos sobre la base de algo tan fundamental como los problemas de comunicación: la serie, y yo creo que en realidad toda nuestra sociedad, se puede explicar a partir del problema de la falta de comunicación entre nosotros. La matriarca, que interpreta Frances Conroy (Globo de Oro en 2004 por su papel en esta serie), es estupenda, sin menospreciar al resto del reparto, no hay nadie que cojee, algo que también es muy difícil de encontrar. Yo digo que nadie podría dar vida a la voluble Ruth como ella.

Pero a veces no es una serie agradable de ver. A veces te apuñala en el rincón más doloroso de tu cuerpo; a veces te deja noqueado, te obliga a revolverte en tu asiento. Es algo que se echa de menos en las series: generalmente son microfilmes construidos para pasar un buen rato, permiten que te vayas a la cama y duermas tranquilo, sin pesadillas ni malas conciencias, sin pensar, vaya. Pero en A dos metros bajo tierra las bajas pasiones, y sobre todo la definición casi perfecta que hacen del ser humano como animal de extremos, te impiden olvidarte de cada capítulo al terminar los títulos de crédito. Seguro que es algo que incomoda a millones de personas. A mí me invita a ver el capítulo siguiente.

Curiosamente, acabo de terminar una de las novelas más importantes de Álvaro Pombo, El parecido (1988), que al fin y al cabo es una historia sobre lo incómodo, o mejor dicho, una historia de lo difícil que es sobrevivir en una sociedad que te hace sentir incómodo. Álvaro Pombo no es santo de mi devoción, y eso que le he dado muchas oportunidades, pero he de reconocer que a veces sabe explicar las relaciones humanas mejor de lo que yo sería capaz, y eso me hace admirarlo.

En El parecido, todo son conjeturas: tras la violenta muerte en un accidente de tráfico del hermosísimo Jaime, toda la gente que lo rodeaba sin de verdad conocerlo se pregunta quién era el muchacho, cuál era su objetivo en la vida, qué esperaba de los demás. Y la respuesta es que nunca se conoce lo suficiente a nadie, aunque se compartan los momentos más íntimos. Las habladurías construyen realidades alternativas cuando la verdad se desconoce, y lo que podría ser un prejuicio se convierte en una acusación. Y las acusaciones son incómodas, y vivir incómodo a veces no es vivir.

Os dejo, que acabo de poner otro capítulo...

Se puede ver la serie completa en www.seriesyonkis.com