No abundan las novelas que dejan huella. La sociedad que nos rodea construye productos culturales efímeros, de usar y tirar. Los libros son esos fajos de hojas que, una vez leídos, pueden volver a la estantería con el mismo gesto con el que salieron de ella; entre uno y otro gesto, no hemos madurado ni un ápice. Leerlo o no leerlo: la misma cosa es.
Por eso, cuando llega a tus manos un libro que te hace madurar, aprender y descubrir nuevas cosas, la sorpresa es mayúscula. Casi no lo crees. Temes que un extraño proceso metabólico o una inexplicable turbación sensorial te haga ver gigantes donde sólo hay molinos de viento. Cuando pasa el tiempo, cuando compruebas que el poso sigue ahí, más dentro que nunca, cuando te demuestras a ti mismo que fue cosa real y no de fábula, vuelves a tomar el libro en cuestión, lo hojeas de nuevo, sopesas su verdadero valor y te dices: "Qué maravilla".
Una novela "insoportable", es decir, maravillosa
Una de esas poquísimas novelas que han endulzado mi voraz afán de lectura ha sido Auto de fe, de Elias Canetti, que un principio pudo llamarse Kant se prende fuego (el protagonista, en una primera versión, se apellidaba igual que el artífice de la razón pura). Me acerqué al autor con miedo porque siempre lo consideré un escritor difícil, a pesar de no haber leído nada suyo. Es uno de mis estúpidos prejuicios, algo que viene provocado por un infundado temor a no ser capaz de encontrar el sentido de un argumento. Es la única novela que escribió Canetti, que dedicó su vida a estudiar el mundo que lo rodeaba y diseccionarlo en numerosos ensayos y autobiografías.
Auto de fe es, sin duda, una de las novelas más revolucionarias del siglo XX. Porque, a través de una historia que puede resultar surrealista y turbadora, desarrolla el conflicto entre el dogmatismo científico y el pragmatismo cotidiano. En otras palabras: habla del choque entre la metafórica teoría y la cruda realidad. Pero llevado a un extremo prácticamente insoportable.
El mismo Canetti asegura en el prólogo de una edición posterior a la original que es consciente de que la novela es "insoportable". Insoportable en el sentido de que el lector debe abandonar el libro en ciertos pasajes porque la tensión narrativa y el desequilibrio emocional pueden provocar reacciones nefastas. No miento al asegurar que en algunas escenas quise dejar de leer, olvidarme de la historia, pasar a otra cosa... Pero siempre terminé volviendo. Es insoportable, sí, pero también deliciosa.
Tratado sobre la locura
Auto de fe es una de las ocho novelas que el autor proyectó para construir un ciclo de obras que revisaran la locura humana. De aquel proyecto sólo quedó esta muestra, pero no hay duda: es un auténtico análisis sobre las causas y la razón (si la hubiera) de la locura. Una locura que afecta por igual a todas las clases sociales, pero que ceba en alguien alejado del mundanal ruido e inmerso en estudios eruditos que lo alienan de manera desastrosa.
Peter Kien es el sinólogo (experto en China) más famoso de su tiempo. Sus días los pasa entre libros en su importante biblioteca, elaborando estudios y ensayando conferencias. Sus necesidades domésticas le llevan a contratar a una asistenta, Teresa, que resulta adorar los libros casi más que el dueño del apartamento. Kien decide casarse con ella, y cuando es ya demasiado tarde para volver atrás, descubre que todo era una estrategia para hacerse con la herencia, con el piso, con los libros... con su vida. La enajenación toma cuerpo cuando el protagonista se encuentra recluido en un espacio mínimo, temeroso de las reacciones violentas de su mujer, descuidando su orgullo propio hasta el punto de quedar reducido a un mero esqueleto.
Teresa llega a echar de su propia casa a Kien, que vaga por las calles de Viena como un vagabundo, malgastando el poco dinero que le queda en estúpidas obras de caridad para consigo mismo. Un enano tullido le sirve de singular escudero. Georges Kien, director de un sanatorio psiquiátrico, viaja para comprobar el estado de salud de su hermano y logra, no sin grandes esfuerzos, que Peter vuelva a su casa y que Teresa abandone sus artimañas y huya. Pero la vuelta a la realidad es momentánea: Peter vuelve a encerrarse en su biblioteca y, totalmente desquiciado, acaba inmolándose junto a sus adorados miles de volúmenes.
Peter Kien vs. Alonso Quijano
El paralelismo con El Quijote me pareció muy interesante. Peter Kien es el Alonso Quijano de la Viena de entreguerras. Un "hombre-libro", como Canetti lo llama, protagoniza la novela. Los libros como recurrencia continua. Una locura que proviene de la excesiva erudición y el aislamiento del mundo real. Un escudero (el tullido Fischerle) sin ningún altruismo (a pesar de lo que piense su caballero), con intereses materiales patentes (en este caso, robarle el dinero). Una dama (Teresa) que parece una cosa y en realidad es justo lo contrario. Un grupo de marginados sociales que estafan y engañan a todo un señor ilustrado. Desde las primeras páginas del libro me resultó patente esta similitud.
El trasfondo de la novela es un llamamiento para unos y otros: los sabios deben estar en contacto con el mundo que les rodea; el mundo debe tener más en cuenta a los sabios. Pero va un poco más allá: ni siquiera el hombre más inteligente y erudito puede luchar contra la maldad y la destrucción que imperan ahí fuera. Está escrita entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, un periodo de incertidumbre internacional y desasosiego general.
Revolución, de entrada, sí
No sé si será porque la leí justo antes que ésta, pero no he podido evitar compararla con Los hijos de la luz, de César Vidal. Argumentalmente no tienen ningún punto en común. Estilísticamente, tampoco (en beneficio de Canetti, porque Vidal es mediocre, a veces incluso deficiente). Sin embargo, los objetivos finales de ambas novelas están relacionados: Los hijos de la luz critica cualquier revolución popular y defiende el orden por encima de todo (incluso por encima de la integridad de las personas), algo que lo sitúa a la derecha de la derecha; sin embargo, Auto de fe proclama a los cuatro vientos que la sociedad tiene derecho a rebelarse contra lo establecido si lo considera injusto, caiga quien caiga, algo que lo sitúa a la izquierda de la izquierda.
No sé qué postura será más correcta. Quizás ninguna de ellas. Una cosa sí está clara: para mí, que me vanaglorio de leer mucho, Los hijos de la luz me dejó indiferente literariamente hablando, ni siquiera recuerdo los detalles del argumento. Sin embargo, Auto de fe me emocionó, me divirtió, me hizo sufrir y también gozar, me resultó cercana y a la vez lejanísima, la sentí como una historia mía a pesar de no ser loco ni alemán ni sinólogo ni casado.
Es más, entre el gesto de sacar el libro de la estantería y volverlo a colocar en ella, dos semanas después, descubro que no sólo he madurado: también he crecido.
Por eso, cuando llega a tus manos un libro que te hace madurar, aprender y descubrir nuevas cosas, la sorpresa es mayúscula. Casi no lo crees. Temes que un extraño proceso metabólico o una inexplicable turbación sensorial te haga ver gigantes donde sólo hay molinos de viento. Cuando pasa el tiempo, cuando compruebas que el poso sigue ahí, más dentro que nunca, cuando te demuestras a ti mismo que fue cosa real y no de fábula, vuelves a tomar el libro en cuestión, lo hojeas de nuevo, sopesas su verdadero valor y te dices: "Qué maravilla".
Una novela "insoportable", es decir, maravillosa
Una de esas poquísimas novelas que han endulzado mi voraz afán de lectura ha sido Auto de fe, de Elias Canetti, que un principio pudo llamarse Kant se prende fuego (el protagonista, en una primera versión, se apellidaba igual que el artífice de la razón pura). Me acerqué al autor con miedo porque siempre lo consideré un escritor difícil, a pesar de no haber leído nada suyo. Es uno de mis estúpidos prejuicios, algo que viene provocado por un infundado temor a no ser capaz de encontrar el sentido de un argumento. Es la única novela que escribió Canetti, que dedicó su vida a estudiar el mundo que lo rodeaba y diseccionarlo en numerosos ensayos y autobiografías.
Auto de fe es, sin duda, una de las novelas más revolucionarias del siglo XX. Porque, a través de una historia que puede resultar surrealista y turbadora, desarrolla el conflicto entre el dogmatismo científico y el pragmatismo cotidiano. En otras palabras: habla del choque entre la metafórica teoría y la cruda realidad. Pero llevado a un extremo prácticamente insoportable.
El mismo Canetti asegura en el prólogo de una edición posterior a la original que es consciente de que la novela es "insoportable". Insoportable en el sentido de que el lector debe abandonar el libro en ciertos pasajes porque la tensión narrativa y el desequilibrio emocional pueden provocar reacciones nefastas. No miento al asegurar que en algunas escenas quise dejar de leer, olvidarme de la historia, pasar a otra cosa... Pero siempre terminé volviendo. Es insoportable, sí, pero también deliciosa.
Tratado sobre la locura
Auto de fe es una de las ocho novelas que el autor proyectó para construir un ciclo de obras que revisaran la locura humana. De aquel proyecto sólo quedó esta muestra, pero no hay duda: es un auténtico análisis sobre las causas y la razón (si la hubiera) de la locura. Una locura que afecta por igual a todas las clases sociales, pero que ceba en alguien alejado del mundanal ruido e inmerso en estudios eruditos que lo alienan de manera desastrosa.
Peter Kien es el sinólogo (experto en China) más famoso de su tiempo. Sus días los pasa entre libros en su importante biblioteca, elaborando estudios y ensayando conferencias. Sus necesidades domésticas le llevan a contratar a una asistenta, Teresa, que resulta adorar los libros casi más que el dueño del apartamento. Kien decide casarse con ella, y cuando es ya demasiado tarde para volver atrás, descubre que todo era una estrategia para hacerse con la herencia, con el piso, con los libros... con su vida. La enajenación toma cuerpo cuando el protagonista se encuentra recluido en un espacio mínimo, temeroso de las reacciones violentas de su mujer, descuidando su orgullo propio hasta el punto de quedar reducido a un mero esqueleto.
Teresa llega a echar de su propia casa a Kien, que vaga por las calles de Viena como un vagabundo, malgastando el poco dinero que le queda en estúpidas obras de caridad para consigo mismo. Un enano tullido le sirve de singular escudero. Georges Kien, director de un sanatorio psiquiátrico, viaja para comprobar el estado de salud de su hermano y logra, no sin grandes esfuerzos, que Peter vuelva a su casa y que Teresa abandone sus artimañas y huya. Pero la vuelta a la realidad es momentánea: Peter vuelve a encerrarse en su biblioteca y, totalmente desquiciado, acaba inmolándose junto a sus adorados miles de volúmenes.
Peter Kien vs. Alonso Quijano
El paralelismo con El Quijote me pareció muy interesante. Peter Kien es el Alonso Quijano de la Viena de entreguerras. Un "hombre-libro", como Canetti lo llama, protagoniza la novela. Los libros como recurrencia continua. Una locura que proviene de la excesiva erudición y el aislamiento del mundo real. Un escudero (el tullido Fischerle) sin ningún altruismo (a pesar de lo que piense su caballero), con intereses materiales patentes (en este caso, robarle el dinero). Una dama (Teresa) que parece una cosa y en realidad es justo lo contrario. Un grupo de marginados sociales que estafan y engañan a todo un señor ilustrado. Desde las primeras páginas del libro me resultó patente esta similitud.
El trasfondo de la novela es un llamamiento para unos y otros: los sabios deben estar en contacto con el mundo que les rodea; el mundo debe tener más en cuenta a los sabios. Pero va un poco más allá: ni siquiera el hombre más inteligente y erudito puede luchar contra la maldad y la destrucción que imperan ahí fuera. Está escrita entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, un periodo de incertidumbre internacional y desasosiego general.
Revolución, de entrada, sí
No sé si será porque la leí justo antes que ésta, pero no he podido evitar compararla con Los hijos de la luz, de César Vidal. Argumentalmente no tienen ningún punto en común. Estilísticamente, tampoco (en beneficio de Canetti, porque Vidal es mediocre, a veces incluso deficiente). Sin embargo, los objetivos finales de ambas novelas están relacionados: Los hijos de la luz critica cualquier revolución popular y defiende el orden por encima de todo (incluso por encima de la integridad de las personas), algo que lo sitúa a la derecha de la derecha; sin embargo, Auto de fe proclama a los cuatro vientos que la sociedad tiene derecho a rebelarse contra lo establecido si lo considera injusto, caiga quien caiga, algo que lo sitúa a la izquierda de la izquierda.
No sé qué postura será más correcta. Quizás ninguna de ellas. Una cosa sí está clara: para mí, que me vanaglorio de leer mucho, Los hijos de la luz me dejó indiferente literariamente hablando, ni siquiera recuerdo los detalles del argumento. Sin embargo, Auto de fe me emocionó, me divirtió, me hizo sufrir y también gozar, me resultó cercana y a la vez lejanísima, la sentí como una historia mía a pesar de no ser loco ni alemán ni sinólogo ni casado.
Es más, entre el gesto de sacar el libro de la estantería y volverlo a colocar en ella, dos semanas después, descubro que no sólo he madurado: también he crecido.
9 comentarios:
Me alegra leerte de nuevo. Qué razón tienes cuando dices que no abundan las novelas que dejan huella. Yo, que siempre he sido una gran lectora (grande en cantidad, seguramente en calidad no) me cuesta cada vez más encontrar un libro que me atrape. Y hago lo que nunca: intentar leer dos o tres a la vez que, luego, dejo empezados aburrida de intentar acabar con ellos. Me apunto Auto de fe.
Lo veo como una relación, la que se lelva con los libros que afectan. Los empiezas, te entra el subidón, a veces temes que se acaben, casi siempre, se acaba. Te quejas. Empiezas otro.
Many Happy Returns. Veo que, como Kafka, opinas que sólo debemos leer libros que "pinchan y cortan". Tomo nota de estas recomendaciones
Lo malo de tener tantos libros a mano es que nunca sabes cual leer. Unos te dicen "este está bien" haces un esfuerzo pero... otros sin embargo no puedes dejarlos, te encienden, te hacen llorar, reir.
100 años de soledad me gustó tanto que fui incapaz de terminarlo, no quería finalizar la historia, ni acabarla, ni salir de Macondo nunca... a veces aún estoy allí.
Y em da rabia no acabar el libro empezado, es como asesinar una vida, pero en ocasiones; no hay más remedio.
Un beso de bienvenida
La de Canetti tiene una pinta estupenda.
¿ Todo bien?
Sí, todo bien.
Después de la tormenta siempre llega la calma.
Abrazos.
Veo que estas bien y solo pasaba a enterarme si ya todo se normalizaba por aca.
Besos.
¿Por qué me tienes que recordar lo mal que se me daba Filosofía :-( ? Un abrazo.
Jo, sin duda es magnífica, pero yo lo pasé fatal leyéndola... Cuando terminó suspiré aliviada y dije: "ya está, sólo es una novela". Es cierto que tiene la capacidad de perseguirte; durante días incluso soñaba con el pobre Kien apilando libros imaginarios.
Un poco como Kafka. Sólo que al menos, gregorio samsa muere y la familia se va de picnic, lo que puede dar la impresión de un final feliz...
Publicar un comentario