martes, 19 de agosto de 2008

Verano de cine, cine de verano

Me sorprende que de todas las referencias que he leído en blogs amigos sobre la película Mamma mía!, ninguna (al menos que recuerde) habla del parecido físico entre Julie Walters, que interpreta a Rosie, una de las Dynamos, y Paula Sebastián, que hizo el mismo papel, pero en el musical de Madrid.

Julie Walters y Paula Sebastián. ¿Son la misma persona?


Puede ser que sea un poco obsesión mía, pero he llegado a creer que los productores de la peli vieron el musical del teatro Lope de Vega y decidieron buscar a alguien similar a Paula. Es más, hubo un momento en el que sospeché que Julie Walters es en realidad un nombre artístico para Hollywood, y que ambas actrices son la misma persona. A veces sufro alucinaciones de este tipo.

Luego ya vi que Julie Walters es una artista con solera, y que fue la inolvidable profesora de ballet de Billy Elliot, esa película que a muchos nos recordó a nuestra ambigua infancia. Me he llevado una decepción, la verdad, creía que había descubierto uno de esos secretos cinematográficos que te hacen famoso. No es que sea fan de Paula Sebastián, pero era de lo mejor del elenco, y eso que había bastante calidad. El musical está ahora en Barcelona, pero el papel de Rosie lo hace otra actriz.

Mamma mia! está bien, es un atractivo divertimento veraniego, fresquito y desenfadado. Vamos, que te lo pasas bien y piensas poco, que es de lo que se trata. A mí personalmente me sirvió más que nada para rememorar las sensaciones que viví en las tres ocasiones en las que mi amor complementario y yo fuimos a ver el musical. Como diría él, "lo nuestro ya es vicio". Antes de aquello, yo no conocía prácticamente nada del cuarteto ABBA, y mi ignorancia me hacía rechazar todo lo que olía a ellos. La obra me enseñó a apreciar lo que hasta el momento había minusvalorado por desconocimiento. Me enamoré de los suecos, vamos. Un poco tarde, pero a Muriel le pasaba un poco lo mismo, ¿no?

Por eso, cuando escuché a Meryl Streep cantar Va todo al ganador, sentí una nostalgia inmensa al recordar la misma canción en la voz de Nina, que es malísima actriz pero una muy buena intérprete de musicales. La primera vez que fuimos a verlo, lloró, y nosotros casi también con ella. Nos puso la carne de pollo antes de asar. La película nos gustó mucho, pero nos gustó mucho más el musical, somos así de teatreros.




Será también porque en el teatro acabábamos en pie, bailando y cantando al rimo de Dancing queen, y en la sala de cine nos cortamos un poco y nos contentamos con mover levemente las piernas a derecha e izquierda, siguiendo el compás de la música. Lo que sí es cierto es que parece que los actores lo pasaron de fábula grabando la película. Y se nota, sobre todo en ciertas escenas, como esta ida de olla protagonizada por Meryl Streep (Dona), muy en plan Sonrisas y lágrimas...




Y más cine...

- Desayuno en Plutón. Mi obsesión (según las malas lenguas) por la disforia de género me hizo seguir los consejos de algunos bloggers que me recomendaron esta peli. Una verdadera joyita. La historia de una gatita que nació gaturro es un alegato contra la intolerancia y, sobre todo, a favor de la libertad. La libertad de expresión, por encima de todas las cosas. Y el prota, Cillian Murphy (el de 28 días después), cuenta con una belleza perturbadora, como de elfo caído en esta tierra de hobbits. Esos ojos merecen un poema, que seguro que alguien habrá compuesto ya en otro lugar de este planeta. Aquí puede verse a la gatita caracterizada, y al gatito, en plan fiesta de lujo y glamour en Wisteria Lane. Quizás sí estoy obsesionado...

Cillian Ojos de Gato Murphy.


- Azuloscurocasinegro, que se llevó tres Goyas. Otra con un chico guapo, Quim Gutiérrez. Lo más sorprendente de esta cinta es la facilidad con la que se desarrollan escenas paralelas, en las que personajes diferentes en contextos dispares viven situaciones similares, a veces incluso complementarias. Y claro, también me llegó la forma soberbia en la que se describen los sentimientos humanos: la necesidad de cariño, que cada personaje exterioriza de manera diferente. El final me recordó un poco a El Gatopardo: "Es preciso que todo cambie para que todo siga igual", que implica algo mucho más profundo de lo que parece: las grandes transformaciones a veces sólo sirven para que la vida siga su curso, y eso es ya bastante. Por cierto, os dejo una escena genial, la mejor de la cinta...



- Un funeral de muerte, la mejor comedia británica de 2007, dirigida por Frank Oz (el de In & Out, que también marcó una época). Me sorprende que mi amigo Adrián, que es tan exigente, le haya puesto un 9 en filmaffinity. Yo no he sido tan magnánimo, pero reconozco que es muy buena, y que una situación tan truculenta como un entierro puede dar lugar a situaciones disparatadas. Yo he vivido alguna de esas escenas surrealistas en velatorios o funerales, y la verdad es que lo ridículo del momento te hace darte cuenta de lo absurda que es la muerte. Y también de lo estúpido que es darle tanta importancia. Siento decirlo, pero soy de esos a los que les da la risa tonta en el cementerio y hacen el idiota para intentar explicar algo que no tiene explicación.


jueves, 14 de agosto de 2008

El accidente

Germán coge el Metro en Ventas. Se sienta enfrente de una madre con su hija. La niña tiene unos tres años, y señala con su dedito índice derecho el labio de Germán, mientras dice, con una vocecita triste:

- Mamá, pupa.

Germán se lleva instintivamente la mano a la boca. Sólo entonces se da cuenta de que ha mordido su labio inferior hasta hacerse sangre. Saca un pañuelo de papel, se seca y sonríe con dulzura a la niña, como quitándole importancia. Al menos él cree que hay algo dulce en esa sonrisa, pero sólo lo cree porque la pequeña, en vez de devolverle el gesto, se echa a llorar.

Germán se incomoda, se avergüenza, y baja en la siguiente estación aunque no es la suya. Se camufla entre la marea de gente que abandona el suburbano. Esconde su desazón entre los trabajadores que vuelven a casa, se confunde con los jóvenes cargados con mochilas. Mira al suelo y sigue la estela invisible que marca el rebaño, en busca de la salida.

Sale a la calle Alcalá, está desorientado. Sube cien metros, se detiene, baja otros cien. Levanta la mirada. La herida del labio está seca, son ahora sus ojos los que se humedecen. Unos ojos verdes como de río revuelto. No es lo único que Germán siente revuelto. El estómago le arde y tiene ganas de vomitar.

Una frase se cruza en su camino, como una baldosa rota: "Es tarde para empezar de nuevo". Son las palabras de Samuel, y el recuerdo de su voz le hace sonreír. Ahora está seguro de que no es una sonrisa dulce.

La gente con la que se cruza es desconocida. Sin embargo, es capaz de descubrir en ella un nexo de unión consigo mismo: ese muchacho ha tenido que sufrir su misma desesperación; ese viejo seguro que lloró por alguien alguna vez; a aquel agente de movilidad urbana también se le eriza el vello cuando la persona que ama le acaricia el vientre. Todos tienen en común la capacidad de amar y, por tanto, la de sufrir por amor. Por eso, desea abrazar a cualquiera de ellos. No se sentiría mucho mejor, sólo un poco menos solo.

Le duelen las mandíbulas de apretar los dientes. En las sienes, una presión insoportable, similar a la de los días de resaca. Los dientes y las sienes de Germán tienen veintiocho años, como el resto de su cuerpo. Su amor por Samuel tiene tan sólo unos meses. Es curioso cómo algo tan nuevo hace tambalear lo que lleva años en pie.

Se siente observado, cree que todo el mundo es capaz de leer en su mirada verde turbulenta lo que le sucede, la desgraciada historia de una vida que ahora ya no tiene ningún sentido. No puede soportar el sentimiento de lástima que despierta en los demás, le asquea ser una víctima de sus propias circunstancias.

Sumergido en su tragedia, cruza la calle sin mirar. Como un suicida. Quizás lo sea, pero sólo inconscientemente. Un taxi lo golpea. Germán choca contra el capó y, cuando el vehículo frena con un ruido ensordecedor, resbala hasta el suelo y queda tendido de bruces, con la mejilla izquierda apoyada en el asfalto.

La circulación se paraliza, el cruce es un hervidero de curiosos que no se atreven a mover a Germán. Aún quedan cinco minutos para que llegue la ambulancia, y en este tiempo suceden dos hechos que el narrador debe reseñar. El primero es que en el bolsillo de Germán suena insistentemente su móvil, y si alguien se atreviera a infringir la buena práctica de los primeros auxilios y moviera al herido, descubriría que en la pantalla parpadea un nombre, y ese nombre es "Samuel". El segundo hecho que debo citar es que un niño, de la mano de su padre, al ver la sangre que brota de la boca de Germán, exclama:

- Papá, ¿qué le pasa a ese señor? ¿Se ha mordido?

Entonces, y sólo entonces, se oye a lo lejos la sirena de una ambulancia.





Nota: Continuará... o no.

jueves, 7 de agosto de 2008

Elegir entre el remedio o la enfermedad

A veces, uno no sabe si es peor el remedio que la enfermedad.

Hace cosa de ocho o diez años leí la mejor novela (y última) de Truman Capote, A sangre fría. Me dejó alucinado. Dicen que inventó un nuevo género, la novela documental, pero a mí me parece que es literatura con mayúsculas, sin mayores etiquetas. Es lo mismo que hizo Homero en su época o Cervantes en la suya: contar algo de una manera tan original que todo el mundo se quede con la boca abierta.

Narra el truculento asesinato de una familia del medio oeste de Estados Unidos a manos de dos extraños individuos que poseen unos incomprensibles vínculos de amistad, y el posterior proceso judicial que culmina en la pena capital para los culpables. Se puede palpar la obsesión del autor por los detalles y el atractivo que despierta en él el suceso.

Pero en realidad no entendí nada.

Unos meses después, encontré la versión cinematográfica de la novela, una cinta dirigida por Richard Brooks. Se rodó dos años después de que se publicara el libro, con los asesinatos todavía en la retina de los ciudadanos, así que se puede imaginar el grado de interés que suscitó la película. El blanco y negro es sugerente, y saber que se filmó en los escenarios naturales de la tragedia da un valor añadido.

Además, me sirvió para ponerles caras y gestos a los personajes, y aunque mi imaginación no se correspondía punto por punto con lo que ideó el director, sí puedo decir que las interpretaciones de la película me enseñaron cosas que no había captado leyendo la novela.

Pero en realidad no entendí nada.

Ha sido esta semana, al ver la película Truman Capote, la genial cinta de 2005 de Benett Miller, cuando he entendido todo. No me refiero al hecho de que Capote sintiera algo más que un interés de periodista sanguinario hacia los asesinos. Su atracción hacia Perry, el más intelectual de los dos homicidas, es física, casi sexual. Eso lo intuí en la novela de Capote, y me quedó más claro cuando vi la película de 1967.

No me refiero a eso. Me refiero a que no entendí nada del drama personal que tuvo que vivir Truman Capote mientras escribía A sangre fría. Su mente, compleja como la maquinaria de un reloj, debió sufrir lo indecible. Porque debió luchar entre dos sentimientos: su orgullo personal, que le impulsaba a acabar la novela cuanto antes y, por tanto, a precipitar los acontecimientos que acabaron con el ahorcamiento de los asesinos; y, por otro lado, su amor incondicional hacia uno de los dos acusados.

Truman, debatiéndose.

Es eso lo que no entendí. Y creo que es la clave de su novela. Y creo que es la clave de muchas de las novelas en las que se han convertido nuestras vidas. En realidad, se trata de elegir entre dos posibilidades, sabiendo que ninguna de ellas será la buena. Se trata de seleccionar aquello que creemos que será lo menos malo.

Nuestra mente está tirada por dos caballos, los dos en direcciones opuestas, y nosotros tenemos un instante para decidir qué caballo soltamos y a cuál le dejamos que tire de nosotros.

Truman se enfrenta a sus dos caballos: su orgullo o su amor.

A veces, es peor el remedio que la enfermedad.

A veces, uno se enfrenta a su orgullo y a su amor con idénticas fuerzas, y descubre que quizás la única salida es dejar de luchar. O justo lo contrario. A veces, uno piensa si será mejor dejar que se muera nuestro amor para terminar de una vez la novela, o seguir alimentando el sentimiento aunque desconozcamos el final.

Quizás sigo sin entender nada.


lunes, 4 de agosto de 2008

Siento que te extraño

Hay veces que uno intenta buscar las palabras adecuadas para explicar lo que le pasa. Y encuentra algo: un libro, una película, una canción, que establece punto por punto aquello que le gustaría expresar. El sábado por la noche, a eso de las cuatro y media de la madrugada, estuve buscando esas palabras. Y buscando encontré una canción de Amaral, del disco Una pequeña parte del mundo.


boomp3.com

Siento que te extraño

A los quince supe toda la verdad,
que yo nací para volar.
A los dieciocho éramos extraños,
dos pibes locos de par en par.
Luego fue la fiebre de los veinte años,
romper con todo,
me balanceaba sobre los tejados.

Nunca fui la dulce niña de tus ojos,
ni la mejor barca del mar,
nunca de nadie, dueña de todo,
de lo imposible, de lo irreal.

La melancolía es un licor bien caro,
no te has dado cuenta ya te ha emborrachado.
Se van las últimas luces y acaba la función,
se van y tú estás ausente,
se van por siempre, pero a pesar de todo sigo aquí,
siento que te extraño...