lunes, 27 de noviembre de 2006

Si os parece, así es

Muchas personas tienen la necesidad de conocer y descubrir la verdad de lo que los rodea porque así creen sentirse más seguros de sí mismos. Pretenden comprender todo su entorno para estar cómodos en él, sin pensar que quizás la comodidad más segura es aquella que nos ofrece el conocimiento de nuestro propio carácter.

Este razonamiento viene a cuento de una obra de teatro que vi ayer, Así es (si así os parece), una sátira sobre el cotilleo llevado a su extremo más violento. La obra, de Pirandello, puede verse en versión de Miguel Narros en el teatro Valle-Inclán de Madrid, gracias al Centro Dramático Nacional. Julieta Serrano en el papel de suegra desquiciada por los celos de su yerno es suficiente motivo para darse una vuelta por allí. Se rumorea que la señora Frola no puede ver a su hija, casada con el señor Ponza, por un turbio asunto que nadie conoce a ciencia cierta, pero del que todos opinan como si les fuera la vida en ello.

Lo cierto es que no se trata tanto de mostrar la sociedad cotilla y manipuladora en la que vivimos (y en la que parece que vivía el premio Nobel italiano, muerto en 1936), sino más bien en descubrir las causas verdaderas de esa situación: en realidad, los personajes están desdibujados, no están completos, precisamente porque huyen de sí mismos, no quieren conocerse, tienen miedo de sus acciones y pensamientos, son lo que son por lo que los demás dicen de ellos. No son personas, son personajes. No son humanos de carne y hueso, son las recreaciones que los demás construyen en su imaginación.

Como queda patente al final de la obra, los habitantes de esa ciudad en la que el rumor es el deporte local están encerrados dentro de un escenario, la imaginación de los demás, y no pueden escapar de él. Nosotros vemos a unos actores sobre el escenario, pero en realidad lo que estamos viendo es un reparto que interpreta a unos personajes que interpretan a unos personajes. Los actores no son los personajes: son unos personajes que interpretan a los personajes.

Nada más cercano a nuestra sociedad, en la que impera el qué dirán, la imagen por encima de todo, las apariencias. Viendo Así es (si así os parece) parece que asistimos a uno de los duelos de Salsa rosa o A tu lado, donde actores que interpretan a personajes que interpretan a personajes se enfrentan a otros actores con idénticos papeles. Es lo mismo, quizás con menos enjundia y clase que en el drama de Pirandello, pero es lo mismo.

Pero lo más inquietante es que ayer, después de dos horas de tiras y aflojas de los personajes, después de mil elucubraciones sobre las razones que pueden llevar a un hombre a no permitir el encuentro entre su mujer y su suegra, todos los espectadores estábamos ansiosos por conocer el final, desquiciados ante la posibilidad de llegar a la verdad. Digo que es inquietante porque me di cuenta de que nos habíamos convertido en otro personaje más de la obra, estábamos dispuestos a conocer la verdad al precio que fuera.

Quizás a cambio de olvidarnos de nosotros mismos.

Los duelos de Salsa rosa, de A tu lado, se construyen sobre los mismos pilares. Y sobre los mismos supuestos. Y sobre la misma realidad: los espectadores huyen de sí mismos y de lo que los rodea; los espectadores sólo quieren saber el desenlace, la verdad de una situación que ni les va ni les viene, cómo acaba un drama que no les importa en absoluto.

Los espectadores sólo quieren descubrir qué papel juegan los personajes en cada obra, pero nunca se preocupan de qué papel juegan ellos mismos en ese drama.

viernes, 17 de noviembre de 2006

Las tropelías de Nuria Van Den Berghe

Hace unos días, en los comentarios a este blog se habló de un artículo escrito por una señora que se califica de "cristiana" y "de derechas", algo que es totalmente respetable si sólo se quedara ahí. Sin embargo, en su artículo, muy divertido y esclarecedor, comete varias tropelías sobre el colectivo de los homosexuales, a saber: insulta, descalifica, hace apología de la homofobia, destaca su intolerancia, incita a cometer violencia sobre los gays... En fin, una delicia de mujer. Para quien aún no haya disfrutado de su verbo grácil y delicado, ahí va el artículo:

"Nuria no es homófoba"

Este artículo provocó la inmediata reacción de las asociaciones de gays y lesbianas de Ceuta y, al comprobar el poco éxito de sus denuncias,

"No me retracto"

también del resto de asociaciones de esta índole en toda España. Hasta el punto de que alguien que se califica de "cristiana" (habría que comprobar si Cristo la acogía en su seno), pide ayuda misericordiosa (por sentirse insultada y agredida, cosa que ella promueve desde su tribuna pública de Ceuta, eso sí, contra colectivos diferentes al suyo) en el Foro Nacional Populista (sic), con el objetivo de que los "cristianos" y "de derechas" como ella hagan algo:

Nuria pide ayuda en el Foro Nacional Populista

La página web del periódico para el que trabaja esta mujer "cristiana" ha habilitado incluso foros en los que se defiende o vapulea a la susodicha:

Todos contra Nuria

Sin duda, la reacción de algunas personas que la critican es desmesurada. Pero es que la libertad de expresión también tiene unos límites, y alguien que escribe en un medio de comunicación debería conocerlos, o al menos respetarlos al darse cuenta de que los has sobrepasado.

Y cuando no se dan estos supuestos, entra en marcha la justicia. Seguiremos informando...



P.D. Gracias a Abad de Carfax, sin cuyos jugosos comentarios este post no tendría sentido.
P.D.2. Y gracias de nuevo a Abad, y también a Lanarch, por ilustrarme sobre los procelosos cauces de los hipervínculos!

lunes, 13 de noviembre de 2006

Salvación y condena

Hay escritores tan sinceros que reconocen que aún no saben si saben escribir. Y luego está Isabel Allende.

Isabel Allende dice (en su novela Paula, que terminé de leer este fin de semana) que cuando empezó a escribir artículos para una revista femenina en su Chile natal, desconocía el uso del lenguaje escrito, aunque tenía alguna noción básica, tal vez provocada por su genética. Todo apunta a que sufrió una evolución positiva, porque de su capacidad o incapacidad actual no se pregunta: quizás considera que es algo muy evidente.

Lo cierto es que empecé a leer Paula con el temor de que me afectara personalmente. Soy demasiado aprensivo e hipocondriaco como para pensar que la historia sobre una larga enfermedad que acaba en muerte no me va a sofocar. Precisamente por eso, ese libro, que compré hace unos diez años, ha vivido dos mudanzas, ha reposado en cuatro estanterías diferentes y sus páginas han empezado a amarillear. Cuando por fin me he atrevido a abrirlo, parecía más un libro de biblioteca que un volumen aún sin desvirgar.

Y sorprendentemente, ha provocado en mí una extraña sensación que no puedo definir como zozobra, sino más bien como paz. Sí, la inmensa carta que Isabel Allende escribe a su hija cuando ésta agoniza provoca una inmensa paz. Una sensación de que ya está: lo mejor es dejarse llevar. Lo mejor es dejar que se vayan aquellos a quienes amamos.

Porque los hombres tenemos un extraño apego a este mundo. Y eso hace que tengamos también una curiosa predisposición a impedir que los demás se vayan cuando deben (o quieren) irse. Sin darnos cuenta de que al fin y al cabo es un sentimiento egoísta: queremos que se quede porque lo necesitamos, no por su propio bien. De hecho, muchas veces (como en el caso de Paula), marcharse de este mundo es un gran alivio y, sin embargo, quien tiene en sus manos la decisión de dejar que se marche (en este caso, su madre) no está por la labor. En ese momento, no ve que la muerte sea una liberación; cree que será una condena. Cuando la verdadera condena es estar vivo.

Toda la culpa la tiene Jesús, que resucitó a Lázaro por intermediación de Marta, la hermana de éste. Lázaro había sufrido una larga enfermedad que lo llevó a la muerte. Marta estaba desconsolada y pidió que Jesús, amigo de la familia, acudiera para consolarlos. Él llego y, ni corto ni perezoso, resucitó a Lázaro. ¿Alguien preguntó a Lázaro si quería volver a la vida para, quizás en el futuro, volver a sufrir la misma enfermedad y morir nuevamente entre dolores insoportables? Es evidente que no podían preguntar a Lázaro, pero fue Marta, su hermana, la que decidió si salvaba a su hermano o no. Pero quizás lo que ella concibió como salvación era condena. Repito, quizás para Lázaro fue una condena estar obligado a pasar dos veces por el sufrimiento de la muerte.

Desde entonces, muchos de los que están ante la disyuntiva prefieren hacer como Marta: reclaman al salvador de turno que mantenga con vida a aquél que ya está más allá que acá. Y no se dan cuenta de que actúan movidos por el egoísmo. Porque, como Marta, lo que desean no es dar otra oportunidad a Lázaro; lo que quieren es no estar solos.

martes, 7 de noviembre de 2006

La última tribu urbana

Imagen de un reportaje sobre Los Canis, en Antena 3.


La última tribu urbana que amenaza con revolucionar el extrarradio de las grandes ciudades se conoce como Los Canis. Sus señas de identidad son, a saber:

  • Vestir de riguroso chándal de marca (pero no de marca Carrefour ni Alipende, sino marca marca, de Nike pa’rriba), incluso en eventos como bodas, comuniones y comidas de empresa.
  • Calzar zapatillas de muelles (sic) también de marca marca (donde dice "muelles" entiéndase suela gorda y acolchada, en plan amortiguadores del coche).
  • Colgarse todo el oro que uno pille por casa, incluida si se tercia la muela del malogrado tío Paco, si es que te tocó en herencia. Elegir sobre todo cordones de oro, anillos de sello, imágenes de santos... cuanto más ostentoso y barroco, mejor, pero siempre de oro.
  • Tunear el coche y convertirlo en una feria ambulante, da igual el diseño y las posibilidades, lo que importa es la intención.
  • Considerar el hip hop como una religión y adorar a sus sacerdotes sin ambages.
  • Recurrir de manera más o menos habitual a la violencia con tribus contrarias y/o incompatibles.

Esta tribu ha aparecido en las afueras de Sevilla, y se confiensan enemigos a ultranza de los pijos, la tribu urbana a la que detestan y a la que pretenden responder con este look y esta actitud ante la vida.

A mí, qué queréis que os diga, me sigue pareciendo mucho más autóctono y agradable el típico señor de mediana edad que sale los domingos a por el periódico enfundado en su llamativo chándal de táctel del Decathlón, complementado con unos zapatos mocasines de los de borlas en la lengüeta. Al menos es más espontáneo.

Porque también hay señoras maduras y no tan maduras que lucen oro a la menor ocasión, que parece que han encontrado el tesoro de Salomón en la sección de embutido del supermercado y se lo han puesto encima para regresar en el Metro y no levantar sospechas.

El tunning está de moda, y muchos son los que se han apuntado al carro. El hip hop es un estilo cada vez más prestigioso. Y violentos siempre los ha habido, no es nada nuevo.

Así que quien tenga todas estas aficiones y entretenimientos, ya tiene adscripción cultural. Que no se sientan bichos raros porque ahora hay una tribu que los aglutina.

Yo seguiré odiando a los pijos, pero sin pasar a mayores.

jueves, 2 de noviembre de 2006

No hay orquesta

Silencio. No hay banda. No hay orquesta. Pero se escucha música. Il n’y a pas d’orchestre. Todo está grabado.

Una vida. Aquí. La mía. O la de cualquiera. Estamos viviendo lo que estamos viviendo. Pero quizás algo, un detalle, una causa pasajera, un absurdo elemental, quizás esa arruga temporal nos haría tener otra vida. Aquí. Ahora. La mía. O la de cualquiera. Otras vidas, en el mismo lugar. La misma cara, la genética por encima de todo, pero con otras peculiaridades.

Quizás estamos viviendo lo que estamos viviendo porque no estamos viviendo lo que no estamos viviendo.

La fama. El fracaso. Dos caras de la misma moneda. Aquí. Ahora. Lanzo la moneda al aire. Y soy lo que soy, lo que cae, si es cara, bien; si es cruz, también. No hay vuelta atrás. O sí. Vivimos lo que vivimos, y todo por un detalle, un tímido detalle que nos coloca en el centro de la fama, que nos coloca en el centro del fracaso.

Que nos coloca en la más absoluta indiferencia.

En una carretera secundaria que atraviesa unas montañas, una carretera zigzagueante y peligrosa. En una curva somos lo que somos, y después qué. Después somos lo que somos, pero distinto a lo que fuimos en la anterior curva. Cada curva nos define, cada curva nos describe. Cada curva es un detalle. Un detalle que nos coloca en el centro de la fama, que nos coloca en el centro del fracaso. Que nos obliga a vivir lo vivido.

Silencio. No hay banda. There is no orchestra. Pero escuchamos una música. Todo está grabado. Y nosotros movemos los labios para cuadrar el play back, pero si no los movemos, la música sigue sonando.



(Apuntes reflexivos tras ver Mulholland drive, de David Linch).